Estuvimos y participamos en primicia de un evento original y único, por ahora, la Cata del Barrio de la Estación. Fue allí, en el corazón del vino de la Rioja, en Haro, donde celebramos y catamos, con la oportunidad de probar añadas históricas y grandes elaboraciones del pasado, además de conocer en primicia las nuevas añadas y algunas novedades de las siete casas bodegueras que conviven y dan forma a ese histórico barrio, nacido en la Revolución Industrial, emblemático en la zona y determinante, en aquellos inicios, para los vinos riojanos. Durante la mañana que todos compartimos, antes de adentrarnos en el barrio y pasear libremente por las bodegas, catorce vinos tintos fueron los seleccionados entre las siete firmas –dos de cada casa–, los siete primeros procedentes del siglo pasado, y el resto elaboraciones del siglo XXI. Gómez Cruzado fue la excepción, dado que vive una segunda etapa que comenzó a principios de este siglo; el pasado, en su caso, es eso, historia pasada…
El ‘mayor’ de la mañana lo presentó la histórica López de Heredia Viña Tondonia, Viña Tondonia Gran Reserva 1981. Con ocho años de crianza en barrica, su composición, como la de la mayoría de los tintos que íbamos a catar, responde al coupage tradicional de aquellos primeros años de Rioja, una mezcla de tempranillo, la mayoritaria, completada con garnacha, mazuelo y graciano, las variedades propias y clásicas de estas tierras. En el caso de este Tondonia, con más de treinta años desde su elaboración, se trata de un 80% de tempranillo, 15% de garnacha, y 5% de graciano y mazuelo, a la vista, rubí teja con borde ladrillo. Se mostró complejo, delicado, con aromas a fruta desecada y escarchada, notas de caramelo y frutos secos (almendra). Boca aromática, pulida y ligera, con una acidez destacada y final algo mordiente (pomelo).
En cuanto a su vino del siglo XXI, la familia optó por un Viña Tondonia Reserva 2004, con los mismos varietales en su composición (75% tempranillo, 15% garnacha, 10% graciano y mazuelo), y seis años de barrica. Tras una necesaria aireación y tiempo, los aromas de la barrica estaban muy presentes, barnices, nobles aldehídos, cremas, nata, notas especiadas y recuerdos a mermelada de naranja.
Con una noble reducción, en boca muestra una marcada acidez, de paso fluido, aromático y un final ligeramente secante con notas amargas.
La casa anfitriona, Bodegas Bilbaínas, en cuyas instalaciones tuvo lugar esta histórica cata, seleccionó dos muy diferentes Viña ‘Pomales’. Comenzó con el Gran Reserva Viña Pomal 1987, elaborado con 70% de tempranillo, 10% de garnacha, y 20% de graciano y mazuelo, procedentes de suelos calcáreos, y con cinco años en roble americano, tras permanecer un año en depósitos de madera. De color teja amarronado, mostraba aromas de cierta evolución, con recuerdos a madera vieja, notas especiadas y ahumadas, y unos toques dulces que llaman la atención. En boca destaca la acidez, sabroso, ligero, fluido, y toques amargos nada molestos. Aunque agradable, en conjunto ya pasó su mejor momento. Todo lo contrario de lo que ofreció Viña Pomal Alto de la Caseta 2010, procedente de una selección de una única finca (75% tempranillo, 15% mazuelo y 10% graciano) y con 24 meses de crianza en roble francés. Rojo cereza de buena capa, es fino, complejo e intenso en nariz, presenta notas de fruta negra en confitura (ciruela), florales (violeta), junto a recuerdos de juanola y tinta china. Un vino vivo, amplio, equilibrado, de buena acidez y taninos nobles de calidad, con vida por delante pero que en este momento también resulta gratificante porque se puede disfrutar.
Por su parte, Imperial Reserva 2010 (85% tempranillo, 10% graciano, 5% mazuelo), de color rojo picota de buena capa, resulta un vino muy vivo, con aromas de toffee, café, juanola, torrefactos, confitura, especias dulces (clavo, nuez moscada). De buena estructura y amplitud, a día de hoy mantiene las notas de la barrica y los taninos, aunque le queda vida por delante para redondearse y mostrarnos su verdadero potencial.CVNE optó por dos añadas de Imperial. La más antigua fue el Imperial Gran Reserva 1988, un tempranillo con algo de graciano (sobre un 10%) vinificado en hormigón y envejecido en roble americano. De color teja ladrillo, en nariz se muestra complejo, con una noble reducción, aromas tostados, ahumados, confitura, notas de almizcle, cuero y tabaco. En boca resulta ligero, con una marcada madurez y viveza. Tanicidad al final, donde se aprecia un intenso toque cítrico.
Para la ocasión, Bodegas Muga comienza presentando Prado Enea Gran Reserva 1994, un coupage de tempranillo y 20% de graciano de suelos calcáreos, fermentado durante un año en roble y con una crianza de 36 meses.
Rojo cereza con borde teja, en nariz se muestra expresivo, complejo, con aromas de frutos secos, especiados, arrope, cuero, tabaco, maderas tostadas. Boca corpulenta, con ligera sensación acre propia de su edad, y acidez destacada que aporta viveza y mantiene la persistencia. Bastante reducido, está ya en su momento. En cuanto a Torre Muga 2010 (75% tempranillo, 15% mazuelo, 10% graciano), la última añada de este vino en el mercado, requiere de tiempo para desarrollar su potencial. Con aromas de fruta negra, café, torrefactos, caramelo, en la boca resulta carnoso, corpulento, potente, con una noble tanicidad por pulir. Tinto de buena complejidad y estructura hay que darle tiempo para limar asperezas.
Bodegas Roda es de las más jóvenes del barrio, cuya fundación data del año 87 aunque su construcción no comienza hasta 1991. En su caso es el top el elegido, y una década separa las añadas seleccionadas. Primero saldría Roda I Reserva 1994 (83% tempranillo, 17% garnacha), fermentado en roble francés y posterior crianza de 24 meses en barrica nueva francesa. Rojo picota con ribete rubí, la nariz es fina y compleja, con aromas de fruta en confitura y notas de bombón y chocolate. Estructurado y entero, con volumen, cierta rugosidad en la boca y final marcado aún por los recuerdos de la barrica, pero la larga vida que tiene por delante le beneficiará. Respecto a Roda I Reserva 2004 es un monovarietal de tempranillo, con 16 meses en roble francés nuevo, y un 50% en madera de primer año, de color picota intenso, muestra aromas de confitura de fruta negra, café, chocolate, con recuerdos balsámicos y de sotobosque. Complejo, potente, sabroso, tanino noble, maderas de calidad, amplio, equilibrado, sin aristas. Gran vino y todavía además joven.
En el año que La Rioja Alta celebra su 125 aniversario, la más que centenaria bodega optó por sus dos ‘grandes’ en dos muy destacadas añadas.
El primero fue Gran Reserva 904 1995 (90% tempranillo, 10% graciano), con cinco años de crianza en barricas seminuevas americanas. Rubí teja, en nariz se perciben aromas de agradable madurez, pastelería, especias dulces, maderas balsámicas. Amplio en boca, jugoso, sabroso, envolvente, con viva acidez y de paso sedoso. Vino de muy noble reducción; un rioja de un excepcional clasicismo.
Después, Gran Reserva 890 Selección Especial 2001, en el mercado desde el año pasado, se ha revelado como un vinazo, como ya he comentado en ocasiones anteriores en esta columna y en esta web. Y en la cata del barrio volvió a demostrarlo. Procedente de viñas de más de 40 años (95% tempranillo, 3% graciano, 2% mazuelo), ha permanecido seis años en roble americano. De color rubí teja, se muestra elegante, fino, complejo e intenso, con aromas de fruta madura y pasa, nobles maderas, tabaco y toques especiados. Con una boca delicada, elegante, carnoso, envolvente, equilibrado, sutil, floral, balsámico, fresco. Persistente y con larga vida por delante.
El cierre en los dos bloques corrió a cargo de Gómez Cruzado, cuya historia se remonta a 1886 aunque, en este momento, vive una nueva etapa de la mano de un equipo renovado, tanto en campo como en bodega, y por lo que solo presentó vinos del nuevo siglo. Gómez Cruzado Gran Reserva 2007, elaborado con 80% de tempranillo y 20% de garnacha de viñas con una media de edad de más de 60 años. Nariz de fruta madura donde dominan los aromas torrefactados y de toffee. Hoy con los recuerdos de la barrica en primer plano. Sabroso en la boca, equilibrado, con una sensación láctica que se impone en el paso. Cierta tanicidad final por suavizar. En cuanto al Gómez Cruzado Pancrudo 2013, etiqueta con la que se cerró esta particular y variada cata, oso señalar que fue el vino que se salió de media, porque nada tenía que ver con todo lo anterior, tanto por elaboración como por composición. Un monovarietal de garnacha vieja caracterizado por aromas dulces (gominola, caramelo de fresa) y de fruta roja. Primario, varietal, ligero, fluido, sencillo.
En todo caso, por la ocasión y los elegidos, una experiencia única en una jornada inolvidable, divertida y muy gustosa.
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