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Fernando Remírez de Ganuza
Trazo firme

Madrid, 20 de marzo de 2024. PV.- La familia de Fernando Remírez de Ganuza, navarros de Meano, donde nació el 26 de diciembre de 1950, se dedicaba a hacer embutidos y durante un tiempo el creador de Trasnocho colaboró en su venta. De esa etapa data el apodo de el chori, diminutivo de choricero. Estudió para ser delineante “y casi aparejador”, según decía con su característica media sonrisa, aunque a los 21 años dejó la Escuela de Aparejadores de Burgos para estudiar lo que bautizó como “mundología”, esa ciencia que viene del trato humano.
Vendió chorizo, fue empresario de hostelería y devino en tratante de fincas. Se dedicó a comprar, vender, permutar, arregla y hasta plantar viñas en cientos de acuerdos (“dejé de contar cuando llevaba cerca de tres mil tratos”) que se cerraban muchas veces con un simple apretón de manos en la barra de un bar o en el comedor de un restaurante. Así fue atesorando innumerables relaciones personales y, al mismo tiempo, las parcelas de viña que más le gustaban mientras diseñaba fincas como Torre de Oña, el château de Páganos, al pie de la muralla de Laguardia, para lo que necesitó tratar con docenas de pequeños propietarios.
Finalmente, en 1989 se hizo bodeguero y, aunque muchos le encasillan entre los productores de vinos de corte casi enseguida tomó un papel protagonista entre las bodegas que cambiaron el vino de Rioja. Y lo hizo a base de su “mundología” proverbial: “Cuando empecé en el mundo del vino, venía de un sector completamente diferente –declaraba a PlanteAVino en 2020–. Por eso, desarrollé esta profesión a base de mucha curiosidad y de observar, preguntar y viajar. Aun así, veía muchas cosas que no llegaba a entender. Por eso, tuve que aguzar el ingenio para empezar a cambiar las cosas, y hacerlas como yo pensaba que se debían hacer.”
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De sus estudios juveniles le vino el trazo firme a la hora de diseñar su bodega y de desarrollar sus inventos enológicos, que plasmaba en papel en diseños muy detallados y precisos. Instaló, en colaboración con un herrero de Elciego, la primera mesa de selección de uva de España, desarrolló un sistema de prensado con bolsa de agua, con el que elabora el tinto Trasnocho, el lavado de la uva con mosto de la propia vendimia e inventó un sistema de battonage que permite remover las lías sin exponer el vino a la oxidación.
La lucha por la calidad ha sido permanente en la bodega de Samaniego, y tiene continuidad de la mano de su amigo José Ramón Urtasun, actual propietario de la bodega, y del enólogo Jesús Mendoza, su yerno. Y ha tenido batallas insólitas, como su pelea permanente contra las pequeñas moscas de vendimia, que contaminan el vino por simple contacto, como demostraba de forma indiscutible a todo escéptico que levantara las cejas (en tiempo de vendimia, claro).
Ese trazo firme lo aplicó también al diseño de sus vinos. Incorporó la separación de las uvas del propio racimo, con las de la parte de las puntas, que reciben menos sol, destinadas a los vinos jóvenes, y las de los hombros para sus reservas, que siempre salen al mercado maduros, con tiempo suficiente de crianza en la barrica y el botellero, pero no por ello carentes de vitalidad. Lo mismo que los blancos, innovadores cuando muy pocos en Rioja prestaban atención al vino blanco, y hasta el tinto joven, Erre Punto, un maceración carbónica limpio, fresco y fino que mantiene sus rasgos durante dos o tres años, por más que su creador sostuviera que estaba pensado para consumir hasta el verano siguiente a la vendimia.
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Vinos innovadores, obra de un excepcional interprete de las cualidades de las viñas, que era capaz de leer como pocos, y su plasmación en unos vinos que son valor seguro. “La excelencia es nuestra meta –nos decía–, y la creatividad, la perseverancia y la audacia, nuestros métodos para llegar a ella. Aunque todo esto, si no sientes verdadera afición y amor por lo que haces, no serviría de nada.”
Fernando Remírez de Ganuza Saenz de Urturi mantuvo hasta el final su buen humor, teñido de un rasgo socarrón, su afición por la conversación y ese ritmo pausado “de decir sin decir, contando cosas y sentando cátedra, pero sin darse importancia”, como describe otro bodeguero alavés. Fue todo un referente del rioja moderno, que entendió la revolución del vino a partir del culto a lo mejor de las esencias tradicionales. Sin perder su sonrisa, peleó durante años con un cáncer de pulmón que finalmente le venció en un hospital de Barcelona el 19 de marzo, a los 73 años de edad.