Casi el diez por ciento de los derechos de plantación que correspondieron este año a la D.O. Ribera del Duero no han sido solicitados por los viticultores de la zona. El dato es un síntoma de varias cosas, todas ellas confirmando la crisis que se abate sobre la estrella del tinto español de los años noventa y que ya no se puede disimular. Aquellos viejos buenos tiempos de “lo tengo todo vendido” han pasado a la historia en la mayor parte de las bodegas ribereñas (algunas de las firmas punteras, la más serias, siguen su marcha a buen ritmo).
El dato es incuestionable: desde hace varios años se produce mucho más vino del que se comercializa. En la cosecha 2002 se recolectaron 63 millones de kilos de uva, que, a un rendimiento de 70 litros de mosto o vino por kilo de uva, se traducen en unos 44 millones de litros de vino. Restando un veinte por ciento que, en un cálculo grosero y al alza, se pueda perder en trasiegos, mermas o descalificaciones de vinos, resultan no menos de 35 millones de litros de vino.
En ese año 2002 el Consejo Regulador de la D.O. Ribera del Duero expidió algo más de 34 millones de contraetiquetas, equivalente a otras tantas botellas de 75 centilitros, es decir, menos de 26 millones de litros de vino puesto a la venta en ese año. Por tanto, a principio de año había en las bodegas de la zona al menos nueve millones de litros más que en los primeros días de 2002.
El incremento de ventas que se está verificando este año y que se cifra en un 27 por ciento entre enero y octubre, no será suficiente para aliviar esas existencias. Sobre todo si se tiene en cuenta la cosecha 2003, que, según los datos del Consejo Regulador, ha alcanzado los 76 millones de kilos de uva, con un incremento de algo más del veinte por ciento sobre las cifras del año anterior.
Las consecuencias se anunciaban hace tiempo pero ya están aquí: guerra comercial y puja de los precios a la baja. Según datos de un estudio de mercado realizado por Nielsen para el Consejo Regulador de la D.O.C. Rioja que se harán públicos en breve, parece que el precio medio del litro de vino de Ribera del Duero en el mercado está ya por debajo del de Rioja. Y ello a pesar de la masa de riojas baratos que hay en los comercios.
Ambas zonas, las dos supuestas grandes del tinto español, sustentan sus incrementos de ventas en los vinos de precio más bajo: los vinos jóvenes, rosados y tintos, suponen cerca de las dos terceras partes de las contraetiquetas entregadas por el Consejo Regulador de la D.O. Ribera del Duero en los diez primeros meses del año. Sin embargo, la fuerza comercial de esos vinos no es suficiente para aliviar las existencias de las bodegas, que limitan sus compras de uva a los viticultores libres, para los que el cultivo de viñedo ha dejado de ser negocio y de ahí el frenazo en las nuevas plantaciones.
En ese sentido se acaban las coincidencias entre Rioja y Ribera del Duero, ya que en la primera sigue habiendo demanda de nuevas plantaciones, tal vez porque, a pesar de todo, el mercado interno de uvas y de vinos a granel es más estable que en la zona castellana. En el caso de la Ribera del Duero, las organizaciones de agricultores se han quejado de que la política de reparto de derechos ha favorecido a las bodegas, que han acumulado viñedo propio hasta ser casi autosificientes, por delante de los viticultores.
Es una tendencia bastante generalizada: las bodegas quieren controlar la materia prima no sólo para asegurar unos costos más o menos estables, sino también en el caso de los más escrupulosos para garantizar los niveles de calidad que precisan. Y es que falla la base: los viticultores profesionales son todavía escasos y abundan los “fruteros”, los que ponen la cantidad por encima de la calidad y se resisten lo que pueden a limitar la producción de sus viñas, tal vez porque las bodegas no pagan el kilo de uva de calidad en la debida proporción, tal vez porque las cooperativas, respaldadas por los poderes públicos, que subvencionan de una u otra forma cuando haga falta, garantizan un precio mínimo.
Esas altas producciones en ocasiones están refrendadas por los propios consejos reguladores, en teoría garantes de la calidad: en Rioja se ha vuelto a autorizar este año el llamado “cientoveinticinco por cien”, es decir el incremento de un 25 por ciento en la producción máxima autorizada de uva por hectárea. Tienen el múltiple efecto de producir excedentes, de hacer descender la calidad media de los vinos de sus zonas de producción y de provocar distorsiones en los precios de las uvas y de los vinos, tanto en el trasiego interno de graneles entre cooperativas, cosecheros y bodegas, como en la salida al mercado de producto final.
En la D.O. Ribera del Duero ha sido siempre escasa la llamada “uva libre”, es decir, la que venden los viticultores independientes, no adscritos a una cooperativa o ligados por contrato a una bodega. Falta, además, el entramado interno de compraventa de vinos a granel con que cuentan otras zonas, especialmente Rioja. Las bodegas han buscado contar con viñedo propio suficiente (hay muy pocas firmas que vivan de la compra de uvas o vinos) y, ahora que van entrando en producción las viñas que se han plantado en la etapa de vacas gordas de los noventa, hay un fuerte desequilibrio, con más oferta que demanda. Por eso ha sobrado parte de los derechos de plantación disponibles, a pesar de que no eran muy abundantes: apenas 400 hectáreas.
Finalmente, ese paquete de derechos sobrantes pone en evidencia la escasa puntería en el cálculo por parte de la Junta de Castilla y León, que ha adjudicado esos derechos de plantación a la D.O. Rueda, donde hay más peticiones y, ahí sí, sigue faltando viña; es un “éxito” más de una Consejería de Agricultura que no fue renovada tras las pasadas elecciones a pesar sus fiascos recientes (tintos de Rueda) y pasados (ampliación de la D.O. Ribera del Duero) y por una política poco comprensible en ciertos aspectos: por ejemplo, gasta casi un millón de euros (150 millones de las antiguas pesetas) en organizar un concurso de vinos, los bienales Premios Zarcillo, cuya “competencia”, el concurso Bacchus de la Unión Española de Catadores, que se celebra en los años pares, tiene un presupuesto de menos de la cuarta parte.
Fecha publicación:Noviembre de 2003
Medio: El Trasnocho del Proensa
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