Durante más de 300 años, el tapón de corcho ha sido considerado como el cierre indiscutible e indiscutido del vino de calidad. Hasta ayer; o tal vez hasta hoy. Las alternativas a la corteza del alcornoque eran consideradas poco menos que como una anécdota. Ahora parece que han surgido rivales serios al clásico cilindro de corcho. La prueba es que el sector del corcho está preocupado.

En los últimos tiempos se habla mucho de corcho, de olores a corcho y de tapones alternativos que eliminen el riesgo de contaminación. Después de varios intentos (metal, pvc u otros plásticos), la solución milagrosa parece llegar, ¡cómo no!, de América del Norte. Aun sin haber cubierto los plazos necesarios para conocer a fondo sus prestaciones, no han faltado quienes sin pérdida de tiempo se han abrazado a la nueva religión del tapón para vino: el material plástico que ya va proliferando.

Tal vez sea la alternativa, eso está por ver, pero hay un cierto tufillo de campaña orquestada, que decía el milico aquél. Uno de los argumentos es la inquietud que se percibe en el sector corchero, en el que, casualmente, no domina el imperio, sino que la producción está en su totalidad en el Mediterráneo Occidental, sobre todo en Portugal y España, por ese orden. Viene a la memoria el caso del aceite de oliva, peligrosísimo para el colesterol hasta que California se erigió en potencia productora mundial. Tal vez por casualidad.

Algunos empiezan a ver las orejas al lobo un poco tarde. Otros ni siquiera las han intuido todavía. El sector primario, los productores, son los que van más preocupados. La extracción del corcho es una de las actividades que permiten el mantenimiento de sistemas ecológicos tan importantes como el bosque mediterráneo y la dehesa, considerados por los que saben de esto como la principal barrera contra la desertización. Organizaciones ecologistas están llamando la atención sobre esa vertiente del asunto y piden a los consumidores que opten por los vinos con tapón de corcho frente a los cierres alternativos.

Es un síntoma de que el “ataque” de esos tapones alternativos de vivos colores ha hecho mella. El hecho es que a sus fabricantes les sobran argumentos para triunfar: se calcula que nada menos que el diez por ciento de las botellas de vino aparecen contaminadas por olores y sabores de corcho. Según los datos que aparecen en los dossieres, se utilizan cada año nada menos que 25.000 millones de tapones, más de las tres quintas partes en botellas de vino.

La cifra de 1.500 millones de botellas de vino arruinadas cada año por contaminaciones atribuidas al tapón, a las que habrá que sumar otro millardo de otros productos (brandies y otros destilados no quedan fuera del problema, en absoluto), parecen suficientemente fuertes como para pensar en ellas.

Aunque es verdad que esos olores y sabores no siempre son responsabilidad del viejo tapón de corcho (los famosos TCA pueden llegar por la vía del corcho pero también por las maderas de barricas, botelleros o palets e incluso ser generados en las bodegas), no es menos cierto que hasta ahora se ha hecho poco por afrontar el problema con decisión.

Como suele ocurrir, la ausencia de alternativas ha traído una actitud de cierta resignación, cuando no directamente de prepotencia. En estos días, una importante bodega española ha parado el lanzamiento al mercado de un nuevo vino de elite por haber detectado un problema de contaminación por olores de corcho. Realizadas las oportunas investigaciones y análisis, se ha establecido claramente que el origen del problema es el tapón y que está contaminado alrededor del 12 por ciento de la partida de vino… ¡con un tapón de lujo, con un precio superior a un euro por unidad!

La respuesta de la corchera ha ido en la línea de la resignación y ha sugerido que se descorche cada una de las botellas, se cate su contenido y los vinos “sanos” se vuelvan a embotellar. Claro está que no garantizan la pureza de la nueva partida de tapones, por lo que no es descabellado esperar otro problema (tal vez no del 12 por ciento de los tapones, pero tal vez sí) que, a su vez, haga necesario otro descorche y así hasta el infinito. La alternativa: afrontar el desprestigio de una marca o de una bodega lanzando de todas formas el vino a la calle (se ha hecho en algún casa en el pasado: pocos se atreven a confesar el problema como hizo Vega Sicilia hace pocos años con una cosecha de su Valbuena) o asumir el costo de enviar el vino a la destilación y perder un año.

Algunas fábricas de tapones de corcho (no todas y seguramente sin la necesaria colaboración entre ellas) están invirtiendo cantidades importantes en investigación para enfrentarse al problema de la contaminación por corcho. Mientras no puedan ofrecer unas garantías mínimas, todo hace pensar que el avance de otros tapones va a ser imparable.

La vía no parece que sean los tapones metálicos, bien el de rosca (el pilferprof, al que algunos califican como “tapón de botella de aceite”), bien el tapón corona (la “chapa” de toda la vida de cervezas y refrescos), ni los de pvc, un material que tiene muy mala prensa en los últimos años, acusado de ser agente cancerígeno.

El que parece imponerse en los últimos tiempos es el tapón de plástico, desarrollado en California a finales de los ochenta utilizando plásticos de uso médico. Cada vez se ve más, a pesar de que no está suficientemente experimentado y se desconoce su comportamiento en vinos de consumo a medio y largo plazo, hay dudas sobre el mantenimiento de su capacidad de cierre e incluso sobre la posibilidad de que sea alterado por los elementos del vino (alcohol, taninos, ácidos).

Muchos lo defienden como adecuado para vinos de consumo inmediato, en dura pugna con un derivado del corcho, el “altec”. Es un tapón elaborado a partir de gránulos de corcho sobre los que parece que sí se puede actuar eliminando todo rastro de los elementos que provocan el olor y sabor a corcho. Su principal problema es que se trata de un tapón bastante feo, pero el de plástico tampoco es un alarde de belleza.

La faceta más favorable de esta “invasión” de tapones alternativos es que contribuye a aliviar la presión actual sobre los alcornocales, en los que el plazo de extracción de la corteza, que hace unas décadas era de once o doce años, se ha acortado a nueve e incluso a menos. El peligro es que ese descenso en la demanda haga caer los precios y deje de ser rentable la explotación de los alcornocales, su cuidado y la investigación para evitar sus problemas. Las corcheras tienen un reto importante en la defensa de su negocio y de la imagen clásica del vino de calidad cerrado con un buen tapón de corcho.

Fecha publicación:Enero de 2004
Medio: El Trasnocho del Proensa