En el último número de este boletín, nuestro querido y admirado José Peñín titulaba “Lo nuevo de los riojas clásicos”. Bien podía haber cambiado el término nuevo por el de bueno. El concepto de calidad no envejece, ni se aja, ni se modifica, es un concepto objetivo que no tiene necesariamente que acompañar al concepto de moda, aunque es altamente deseable que lo haga y de hecho con frecuencia lo hace.

Peñín recordaba los orígenes del estilo de vino tinto riojano que hoy consideramos clásico y resaltaba unas cualidades que han situado a Rioja en la cima del prestigio en el conjunto de las denominaciones de origen españolas. Es lo bueno del buen estilo clásico y ese prestigio ha traído un gran éxito de cara al consumidor. Y el éxito de los grandes vinos siempre arrastra una cola de cometa formada por quienes siguen a la vanguardia, aunque nunca alcanzarán su brillo. Lo malo es que esa cola del cometa puede distraer la atención y hacer perder de vista lo más importante, la cabeza, que es lo más brillante.

El concepto mismo de los vinos clásicos se ha visto perjudicado en primer lugar por sus propios excesos, que han dado lugar a una reacción coincidente en el tiempo con una corriente enológica internacional que tiende a primar más los vinos menos evolucionados. Una corriente que también ofrece no pocos excesos modernos, tan poco recomendables como los antiguos. Y es que tan poco atractivos resultan los vinos-piedra como los vinos-madera.

El éxito de las grandes marcas de Rioja, que son las que estaban allí en los años sesenta y setenta, cuando se produjo la primera gran eclosión comercial del rioja embotellado a unos niveles relativamente populares del consumidor, tuvo varias consecuencias. Por un lado, se confundió, de forma casual o deliberada, el perfil del histórico “vino fino de Rioja” con un vino cargado de madera. Por otro, al abrigo de la creciente demanda, se incrementaron los rendimientos en el viñedo, en un proceso que ha sido imparable sobre cuyos riesgos ya alertaban los más despiertos hace veinte años.

La suma de producciones elevadas en el campo, con sus consecuencias de vinos más livianos, y permanencias muy prolongadas en barrica dio lugar al tintito afilado, de poco color, ligero, ácido y cargado de sensaciones de madera que muchos identifican con la tipicidad del rioja. El buen rioja clásico es otra cosa: a la prolongada pero medida crianza en barrica se suma una dilatada permanencia en el botellero, dos procesos que pulen vinos que en su juventud han de ser concentrados y vigorosos como los tintos de la actual vanguardia. Así, en los desarrollados aromas se perciben más los efectos de la crianza en barrica (sobre todo en esos complejos bouquets especiados) que los recuerdos de la propia madera que priman en las gamas más comerciales. El botellero ha hecho también su trabajo, limando la astringencia del roble y afinando el paso de boca.

Se dice que los tintos clásicos son vinos de trago largo, mientras que los tintos más actuales saturan demasiado. Es una consecuencia de los excesos de unos y otros. En los buenos clásicos la riqueza de las sensaciones aromáticas limita en cierto modo esa tendencia al trago largo de los vinillos comerciales de poco fuste. Los buenos modernos, por su parte, huyen de los excesos tánicos del vino-piedra (duro, con astringencia vegetal fruto de extracciones abusivas realizadas con fruto no perfectamente maduro), que en algún tiempo fue identificado como prototipo de modernidad.

Los mejores vinos clásicos y los mejores de la nueva ola tienen más en común de lo que parece, aunque sólo sea porque el paso del tiempo llevará a los segundos a un perfil cercano al de los primeros. En la actualidad se tiende a recortar los excesos (de madera en un bando y de taninos en el otro) en la búsqueda de los conceptos que constituyen la auténtica panacea actual: la elegancia y la personalidad. Los más listos entre los clásicos miran más a la viña, antes considerada en un segundo o tercer plano, casi como un mal necesario. Mientras, los modernos, que reivindican el valor del “terruño” como decisivo, se guardan mucho las espaldas en las bodegas, con una atención muy especial para la elaboración y, sobre todo, para las características de sus barricas.

Lo mejor de todo es que hay sitio para todos. No cabe la menor duda de que los vinos más actuales, con mayor protagonismo de la uva, están modificando la percepción del vino de Rioja que tiene el estrato más popular de consumo. Sin embargo, hay que seguir rompiendo lanzas a favor de la riqueza de sensaciones y la elegancia de los buenos clásicos, más desarrollados y de trago algo más largo. Lo mejor es no optar por el blanco o el negro, sino por disfrutar de la riqueza de matices que proporcionan los tonos grises que hay entre los dos extremos.

 

Fecha publicación:Julio de 2002
Medio: La Rioja Alta