Fecha publicación:Septiembre de 2000
Medio: Rías Baixas
En su corta vida, no cabe duda de que la D.O. Rías Baixas ha cubierto rápidamente un buen número de etapas, pero no es menos cierto que tiene un amplio camino por delante. Las posibilidades son muchas y las bodegas deberán hacer un esfuerzo para cumplir con algunos retos. Entre ellos hay que destacar el desafío de los vinos blancos de guardar, un objetivo de las bodegas punteras de toda España.
En poco más de diez años, Rías Baixas ha conseguido consolidar el prestigio de su vino estelar, el varietal de Albariño, y hasta hacerlo popular. No es un proceso fácil, como bien saben en muchas otras zonas españolas, pero un puñado de bodegas (no todas, incluso se diría que son bastante pocas) ha conseguido que los vinos de Rías Baixas tengan un puesto fijo en las cartas de los mejores restaurantes, en los diferentes medios de comunicación especializados y, finalmente, en el ánimo de una amplia capa de consumidores, paso decisivo y difícil, sobre todo a los precios altos de los albariños.
También hubo sombras, como la consolidación en muchas marcas de un modelo muy comercial de albariño dulzón y un tanto pastoso, que olvidó la acidez gallega. También se perciben en muchos de esos vinos las consecuencias del incremento de la producción de uva en muchas parcelas, con vinos mal equilibrados y sin interés.
Por otra parte, Rías Baixas deberá corregir una excesiva dependencia de la variedad Albariño. Una de las vías de futuro importantes deberá ser el desarrollo de todas las amplias posibilidades que ofrecen las otras variedades de uva, tanto de forma individual, con la elaboración de vinos monovarietales, como por la posibilidad de desarrollar los tipos rosal o condado, que no son una posibilidad, sino una realidad y ya dan grandes vinos. En este campo se incluye el casi virgen terreno de los vinos tintos.
Sin embargo, el reto más inmediato, y ya urgente, es trabajar para alargar la vida de los albariños. Esos vinos comerciales, pastosos, cortitos de acidez que se citan más arriba, se mantienen razonablemente bien no más allá de un año (con frecuencia mucho menos). El mundo de los vinos blancos de alta gama ya hace rato que no va por el sendero del dulzor vergonzante (salvo que se busque directamente hacer un vino dulce, de postre, que esos sí están cotizados), ni del joven-fresco.afrutado de los años ochenta, ni siquiera por esa fermentación en barrica que da vinos blancos con estructura de tintos (para tal viaje no hacen falta alforjas: ya existen los tintos).
Los mejores blancos deben reunir frescura y riqueza de matices y deben tener energía suficiente como para evolucionar bien varios años. Ese tipo de vino ofrece ventajas de toda índole: por un lado, enlaza con la elite mundial de vinos blancos, lo que va en beneficio de la comercialización a precios altos; por otro, ofrece la posibilidad de regular el mercado, solventando las eventuales cosechas escasas con un excedente estratégico guardado en las bodegas en años favorables.
La obtención de esos vinos es posible, como han demostrado y demuestran algunas marcas, con excelentes prestaciones después de tres y cuatro años (y más) en la botella. Se enfrentarán a la influencia negativa de esa otra masa de vinos comerciales, los que hacen que perviva aquello de que “el blanco ha de ser del año”. La producción de vinos blancos susceptibles de evolucionar bien en la botella es el objetivo de muchas bodegas en todas las regiones vinícolas, en muchos casos como vía para alegrar unas variedades bastante poco agraciadas. Rías Baixas parte con la ventaja de que esos vinos son atractivos en su juventud y se enriquecerán con el paso del tiempo. Será el síntoma de madurez del albariño como gran vino blanco.
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