INFORMACIÓN DEL VINO
La marca
Bodegas Imperiales es una de las firmas jóvenes de la DO Ribera del Duero que no han traicionado las esencias de los tintos de la zona, tantas veces sacrificadas en el altar de los vinos comerciales. Nació en plena etapa especulativa en el mundo del vino ribereño, a finales de los noventa, pero ha sabido encauzar una trayectoria destacable por muchas razones, claramente desmarcada de las líneas más convencionales que marcaron la generación de bodegas a la que pertenece. Abadía de San Quirce es la única marca de la bodega. Toma el nombre de una construcción religiosa del siglo XII que se conserva en la finca del presidente y propietario de Bodegas Imperiales, José Antolin, situada en Los Ausines, a pocos kilómetros de la capital burgalesa. Desde el principio la firma se centró en una sola marca, con dos tipos de vino, crianza y reserva, a los que posteriormente se unieron un tinto de selección procedente de una sola viña, Finca Helena, un gran reserva, del que sólo se ha comercializado hasta ahora una cosecha, y un tinto roble, además de un blanco que el equipo técnico de la bodega elabora en una bodega de la DO Rueda. El equipo responsable de la bodega, formado por el navarro Daniel Aguirre, director, y la riojana Alicia Moreno, enóloga, ha sabido dar a los vinos firmeza y regularidad en un estilo bastante maduro y desarrollado en relación con el conjunto de los tintos de la Ribera del Duero. En una etapa muy difícil para todos los vinos, sobre todo para los segmentos menos convencionales de las zonas de prestigio, los Abadía San Quirce se están haciendo con un hueco en los segmentos más interesantes de los mercados nacionales e internacionales. La perseverancia en esa línea será la que los aúpe al escalón superior de los vinos de prestigio y las marcas de referencia, si es que no lo ocupan ya.
La cata
Vista: Rojo cereza granate intenso y vivo, con escasa evolución que se marca en un delgado borde rubí y apenas unos apuntes ladrillo. Color vivo e intenso, muy característico de los buenos tintos de la Ribera y muy poco evolucionado.
Nariz: Bien desarrollado en la nariz, con bastantes matices sobre una base neta de fruta y con notable complejidad y engarce para un crianza. Aromas clásicos de Tempranillo de la Ribera del Duero bien madura, con recuerdos de frutillos silvestres maduros (zarzamora, grosella), balsámicos (hierbas aromática, monte bajo) y una fina nota de tinta. Una bien medida crianza en barrica ha aportado matices especiados (canela, apunte de clavo), balsámicos (piñones) y de roble de calidad (recuerdos de una madera curtida pero no fatigada, muy franco y sin los olores de arpillera clásicos de las barricas agotadas). El conjunto está bien engarzado, lo que habla de una buena evolución en el botellero. Potente y sugestivo.
Sabores: Sabroso, con prestancia en la boca, sensación de unidad gracias a un magnífico equilibrio y a un buen engarce entre los componentes, acidez adecuada, bien marcada, centro lleno y grato apunte amargo de salida que prolonga la sensación sápida.
Sensaciones táctiles: Taninos firmes pero amables que apenas muestran unas ligeras puntas; se nota algo más la madera, que impide que sea del todo redondo pero que le da relieve; centro carnoso y ligeramente untuoso.
Aromas de boca y posgusto: Amplio y con bastantes matices muy bien definidos. Los recuerdos de la fruta y los de la crianza están bien marcados, tal vez algo faltos de conjunción todavía (ha de evolucionar bien en la botella) pero no disociados. El final es bastante largo y en el posgusto la fruta (tinta, zarzamora, frutas rojas maduras) se impone sobre los matices especiados de crianza; apuntes de la gama mineral (hierro) al final.
Sensación global: Expresivo y con buen paso de boca, es un crianza con el carácter de la Ribera del Duero bien marcado pero sin la rusticidad tan frecuente en la zona. Se ha buscado un tinto con raza pero con buen paso de boca. Y se ha conseguido el objetivo.
La evolución
Ofrece la vitalidad que es exigible a un tinto crianza, sobre todo si lleva el sello de la Ribera del Duero. Su perfil, con una buena acidez y taninos firmes, permite pensar en una evolución positiva a lo largo de 2016 y 2017, al menos, en los que aún va a engarzar más los aromas y desarrollará matices de la gama de las especias, el café y el cacao al mismo tiempo que redondeará la boca para dar una sensación de redondez y mayor untuosidad. Mantendrá esas cualidades durante al menos otros dos o tres años para luego iniciar un declive lento. Los amantes de los vinos más maduros disfrutarán del crianza Abadía San Quirce ’11 al menos hasta 2020. Quienes prefieran vinos más encastados no deberán guardarlo más allá de 2016.
El servicio
La temperatura idónea de servicio es de unos 15-16ºC; tras unos pocos minutos en la copa alcanzará los 17-18ºC, que es cuando muestra mejor todas sus cualidades. Mejor que no sobrepase los 18ºC porque comenzará a notarse el alcohol, lo que potenciará los aromas en su conjunto, pero sobre todo los de crianza en perjuicio de los finos rasgos de buena fruta. No es necesaria oxigenación previa, muestra sus cualidades con toda nitidez. Tampoco es necesario el trasiego: tiene mucho color y en el futuro seguramente dejará rastro de materia colorante en las paredes y en el fondo de la botella, pero por el momento no hay depósitos sólidos que afeen el servicio del vino.
La gastronomía
Va bien con las chacinas que pasan por sartén, como morcillas, chorizos o chistorra, siempre que no sean picantes en exceso. La parrilla es hábitat natural de este tinto, que aportará frescura por la fruta, que es necesaria para los ahumados y los amargos de la carne a la brasa, y presencia tánica para combatir la grasa de la carne o de los pescados azules (sardinas) que se asen al calor de las brasas. El maridaje regional de los asados castellanos es también buen compañero, lo mismo que los asados de ternera o de cerdo ibérico. También va bien con arroces sabrosos (con carne, con caza pero sin su sangre, al horno), legumbres y empanadas.
Deje su comentario
Debe estar logged in para comentar.