La bodega acaba de presentar además su última colección, la exclusiva Finos Palmas
Madrid, 1 de diciembre de 2011. AP. La Fundación para la Cultura del Vino celebró ayer en el suntuoso Salón Real del Casino de Madrid una nueva edición de El Sabor de los Grandes, su catas de vinos míticos, con el icono de los vinos españoles como protagonista. Era una cata esperada por la entidad de la casa protagonista pero retrasada por ser una de las seis bodegas que forman el patronato de la Fundación (La Rioja Alta, Julián Chivite, Marqués de Riscal, Vega Sicilia, que fueron fundadoras junto con Codorníu, baja desde hace un año, y las incorporadas después, Terras Gauda y Muga) junto con el Ministerio de Medio Ambiente y Medio rural y Marino.
Javier Ausás, que cumple veinte años al frente de la enología en el grupo bodeguero propiedad de la familia Álvarez, fue el encargado de conducir la cata y explicar los vinos al mismo tiempo que exponía la filosofía que ha hecho que la firma mítica responda mejor que nunca a su enorme fama. La finca de mil hectáreas, con 200 de viña y el resto de bosque de pinos y alcornoques y ocupada con otros cultivos allá donde la viña no da buenas prestaciones, es la base de todo. Un estudio en profundidad de los terrenos realizado a partir de 1998, con 250 calicatas para estudiar la composición del suelo en las diferentes viñas, ha venido a ratificar, en palabras de Ausás, lo que los antiguos ya sabían en cuanto a las prestaciones de cada una de ellas pero ha servido para dar fundamento científico a esos conocimientos empíricos y para respaldar los cambios realizados en la bodega y en las elaboraciones. A este respecto, Ausás destacó la dificultad de introducir cambios, siempre en ritmos evolutivos y nunca sujetos a modas, en unos vinos en los que la dificultad principal está planteada por “el corsé de un estilo que en ocasiones permite poca movilidad”.
Dos mensajes difíciles
Del estudio de suelos se desprendió una clasificación de las parcelas, unas con vocación para dar lugar a Vega-Sicilia Único y otras predestinadas a Valbuena. En este punto, Javier Ausás hizo hincapié en los dos mensajes más difíciles de transmitir cuando sus responsables explican la casa mítica de la Ribera del Duero. El primero, explicar el Vega-Sicilia Único Reserva Especial, vino de mezcla de tres cosechas de Único que resulta excéntrico frente a los grandes vinos del mundo que no hacen uso del difícil arte de la mezcla armoniosa de vinos.
El segundo, “hacer entender que Valbuena no es un segundo vino de Vega-Sicilia, al estilo de las segundas marcas de los grandes vinos de Burdeos, sino la versión juvenil de unas viñas que no son sencillas; es la expresión directa de un terreno, frente a un Vega-Sicilia Ünico no fácil”.
Para ilustrar este segundo argumento, la sensacional cata que vino después comenzó con un prólogo de lujo: Valbuena ’01, uno de los mejores de la marca en los últimos años, fruto de la polémica decisión de no hacer Ünico en una cosecha unánimemente calificada como excelente pero que no lo pareció tanto a los responsables de Vega Sicilia; y Valbuena ’07, un gran tinto de difícil año que se va a comercializar a lo largo de 2012.
Siguió una cata de ocho cosechas de Vega-Sicilia Único que Ausás presentó en cuatro parejas. Los juveniles fueron el ’04, un anticipo infrecuente en la bodega del vino que se comercializará en 2014 y que presentó signos inequívocos de grandeza, y un ’96 que parece recién llegado, con vitalidad, nervio y carácter.
El siguiente capítulo se presentaba como el de la madurez, el de los vinos en el cenit de su evolución, que Ausás situó entre los diez y los veinte años; pareja desigual, con un ’83 que evidenciaba presencia de maderas usadas pero tenía un elegante bouquet y mucho nervio en la boca, y un ’76 que daba claros síntomas de fatiga, con apuntes de frutos secos que rompen el bouquet.
La veteranía llegó de la mano de la siguiente pareja, un ’67 en espléndida madurez y un enorme ’60 que expuso todo el elegante perfil barroco de los mejores tintos viejos. La edad se dejaba ver en los dos últimos vinos, unos venerables ’53 y ’42 que evidenciaban el paso del tiempo, sobre todo el primero, ya algo abierto y un punto licoroso frente a un ’42 sumamente complejo y elegante en la nariz y bien sostenido por la acidez en un paso de boca engarzado, entero, bien armonizado.
Una cata inolvidable de vinos que salen del botellero a pecho descubierto y con sus tapones originales, según el enólogo “para evitar tentaciones”. Diez vinos que expusieron por sí mimos las razones de un mito que se engrandece con el paso del tiempo y evidencia en sus cosechas recientes síntomas de enorme vitalidad.