Antes aún de que muchos de los vinos sufran la segunda fermentación (la maloláctica) y pasen el primer invierno, la cosecha 2001 ya tiene halo de legendaria. Según la mayor parte de los técnicos de la mayor parte de las zonas productoras españolas, la calidad de la cosecha 2001 puede ser comparada con las mejores que se recuerdan. Muchos la ven superior a los dos binomios de lujo de los últimos tiempos, el ’81-’82 y el más reciente ‘94-’95 (‘95-’96 en Ribera del Duero) e incluso a la legendaria ’64, que pocos recuerdan claramente pero todos coinciden en señalar como una de las mejores del siglo XX. No faltan, sin embargo, las voces más moderadas, que piden un poco de prudencia e incluso quienes manifiestan claramente sus dudas sobre la primera cosecha del milenio.
Entre los últimos cabe destacar a Bodegas Vega Sicilia, cuyo enólogo, Javier Ausás, calificó a las uvas de 2001 como “de segunda división” y anunció que no habrá Vega-Sicilia “Único” ’01. Todo un jarro de agua helada sobre el triunfalismo y la casi general satisfacción y una prueba de que el proceso de maduración de la uva no ha sido todo lo perfecto que todo el mundo nos quiere vender. Los responsables de Bodegas Vega-Sicilia tienen dudas sobre el comportamiento de los vinos de la cosecha ’01 en el largo plazo, en los más de diez años necesarios para el “Ünico”. Y la larga vida es la auténtica prueba de fuego de los grandes años.
El ciclo vegetativo en 2001 ha tenido un poco de todo. Hubo helada fuerte en abril, la perniciosa helada tardía que llega en un momento en el que la planta tiene ya al aire sus tiernos brotes primerizos. El hielo afecta a esos brotes y los destruye. Luego la planta vuelve a brotar, pero ya no es en el mejor de los lugares del sarmiento, sino por donde puede y en ocasiones en los que se denomina “yema ciega”, que es algo así como la salida de emergencia para la vegetación de una planta muy castigada. Esa brotación imperfecta necesariamente tiene que afectar en alguna medida al fruto. No es, por mucho que se empeñen algunos, el mismo efecto que se obtiene con la “vendimia en verde”, realizada en agosto y en la que se eliminan parte de los racimos para favorecer la concentración y maduración de los restantes. Y se eliminan lo peores, los que nacen de las yemas secundarias. En año de hielo, son esas las yemas productivas ya que las mejores se “quemaron” con la helada.
El final de la primavera y el verano transcurrieron, según nos cuentan, como de libro. O casi. Fue verano seco y caluroso en casi todas las zonas, pero algunos echaron en falta un mayor contraste entre las temperaturas del día y de la noche, un factor que los técnicos valoran como beneficioso para el desarrollo de las sustancias aromáticas que luego pasan al vino. No obstante, a finales de agosto la situación era casi soñada: perfecta sanidad y una cosecha más corta que la dramáticamente abundante del 2000. Algo que, en palabras de Wenceslao Gil, de Bodegas Vega Saúico (Toro), “viene bien para desaguar algunas bodegas”.
Una feliz expresión que ilustra las angustias de no pocas cooperativas y pequeñas bodegas de cosechero, que veían llegar una nueva cosecha con sus depósitos llenos de vino sin vender. Esa circunstancia ha sido muy bien aprovechada por los negociantes de vinos, que han retenido las compras de graneles durante todo el año, en septiembre han comprado millones de litros a precio casi de saldo (700 pesetas la cántara de 16 litros de tinto en Rioja, 500 la de rosado y 300 la de blanco) para ver gozosos cómo esos precios subían casi inmediatamente.
Además de esas grandes operaciones, en septiembre pasaron más cosas. Por ejemplo, llovió. Y llovió mucho. Pero antes hizo un frío inusual y luego un calor sorprendente. A primeros de mes bajaron considerablemente las temperaturas, hasta llegar a mínimas de menos de 5 grados, de abrigo en muchas fiestas de pueblos y casi de escarcha en los campos. Esos días de frío hicieron que se perdiera el adelanto que llevaba el ciclo vegetativo de la vid, a lo que también colaboró la sequía de todo agosto y la primera parte de septiembre.
En el último tercio de septiembre comenzó la lluvia, que primero fue bien recibida por que colaboraría en reactivar el proceso de maduración. Sin embargo, el asunto cambió mucho cuando las lluvias superaron los 70 litros por metro cuadrado en apenas dos semanas. La lluvia dejó sin aliento a muchos viticultores, que se aprestaron a esperar con paciencia el momento de la mejor maduración posible.
No tuvieron que esperar mucho: hacia el “puente del Pilar” (12 al 14 de octubre), a tiempo de evitar que la humedad afectara al fruto, sobrevino una acusada subida de temperaturas y la maduración, más que acelerar, esprintó. En pocos días la concentración de azúcares de las uvas se disparó hubo zonas en las que el grado alcohólico probable en el futuro vino subió tres y cuatro grados en muy pocos días.
En consecuencia, el margen de maniobra para decidir el momento de vendimia se estrechó considerablemente. Algunos no acertaron, otros buscaron más grado (ha habido importantes contratos de compra de uva en función de la riqueza en azúcares, es decir, del grado alcohólico) y otros se vieron superados antes de poder contar con vendimiadores para recoger su cosecha (en muchas pequeñas explotaciones se vendimia en fin de semana, que es cuando puede trabajar la familia).
El resultado han sido nuevas dificultades. Los que vendimiaron demasiado tarde, que no fueron pocos, tuvieron finales de fermentación problemáticos, con vinos que alcanzaban y superaban los 15 grados de alcohol sin haber desdoblado todos los azúcares. La prueba de fuego de la fermentación maloláctica y del primer invierno dejará al descubierto muchas carencias. Y nunca mejor dicho: algunos piensan que muchos de esos vinos no vendimiados en su momento óptimo perderán parte de su color y quedarán desnudos.
Cosecha pues de luces y sombras, no tan feliz como se nos quiere vender ni seguramente tan sombría como se puede deducir de estas líneas. Como es habitual, toda generalización, para bien o para mal (recordemos algunos grandes vinos del supuestamente nefasto ’97), implica dosis de injusticia. Habrá vinos muy grandes y parece que van a ser muchos los vinos excelentes. Pero, no hay que dudarlo, también van a abundar las mediocridades, las carroñas y las trapacerías (se verán vinos ’01 con todo el corte de ’00 y viceversa y todos los intermedios). Los que no cabe duda que han acertado son los que han calificado a la del 2001 como la mejor cosecha del siglo. Y la peor.
Fecha publicación:Diciembre de 2001
Medio: El Trasnocho del Proensa
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