Para el libro Paisajes (Pi & Erre). julio de 2003.
Fecha publicación:Julio de 2003
Medio: Libro Paisajes y Bodegas de España
Primero cambió el paisaje de su pueblo, de Pesquera de Duero, y, con él, el de toda la Ribera del Duero. Luego, persiguiendo su sueño de hacer una gran bodega aplicando el modelo del château francés, emprendió la tarea de cambiar la fisonomía del actual Condado de Haza. En 1998, después de más de un cuarto de siglo de dedicación al vino de la Ribera del Duero, Alejandro Fernández, un antiguo vendedor de maquinaria agrícola, decidió ampliar horizontes. En su primera salida fuera de la comarca donde dio y tomó fama no se alejó del prodigioso río vinícola que es el Duero. Un poco más tarde, apenas transcurrido un año, sí que iría a un paisaje radicalmente diferente, a la monotonía de la llanura manchega. Sin embargo, la llamada del Duero fue irresistible.
Alejandro Fernández y su famoso Tinto Pesquera fueron probablemente el factor más importante para la puesta en marcha de la D.O. Ribera del Duero, en 1982. Por allí estaba Bodegas Vega Sicilia, instalada en su papel de mito. Había alguna cooperativa que embotellaba (los Protos, de más fama que lana) y algunas bodegas de familias de viticultores que empezaban a andar en el terreno de la elaboración y embotellado de los vinos que producían a partir de sus propios viñedos. Sin embargo, se puede decir que la pujanza de los tintos de Alejandro Fernández, que ya alcanzaban fama internacional, fue el factor decisivo para la calificación de una zona que echó a andar con una docena de bodegas embotelladoras y hoy ronda las 150. El tinto Pesquera mantiene desde entonces su categoría de vino de referencia, en estilo, en calidad, en precio y en éxito comercial, para toda la D.O. Ribera del Duero, convertida en una de las zonas vinícolas punteras de España.
Un cuarto de siglo más tarde se diría que Alejandro Fernández está decidido a repetir la experiencia. A sus más de setenta años (nació el 11 de agosto de 1932, el año en que la República puso en marcha el primer Estatuto del Vino español) mantiene intacta su casta de pionero. Con ella, su pasión por el campo, por la viña y el vino, su prodigiosa intuición a la hora de hacer sus vinos y su inquebrantable fidelidad a la uva Tempranillo: “Es la mejor del mundo, no hay otra mejor. El vino de Tempranillo lo puedes beber joven y lo puedes beber viejo”. Con ese bagaje y la experiencia acumulada, Alejandro Fernández plantó sus reales en tierras de Zamora, donde cambió otra vez el paisaje y fue otra vez pionero.
Cuando Alejandro Fernández llegó a Zamora apenas se podía intuir la eclosión que ha vivido Toro en los años del cambio de siglo. En ese tramo final de los noventa apenas se sabía que la familia Álvarez, propietaria de Vega Sicilia, había puesto sus ojos en Toro, lo mismo que habían hecho algunos años antes Antonio Sanz o Francisco Hurtado de Amézaga, entre otros, pero con objetivos iniciales diferentes. Alejandro Fernández contribuyó de forma importante a llamar la atención sobre la D.O. Toro pero, paradójicamente, lo hizo desde fuera de Toro: se quedó en la frontera, por fuera, en la comarca de Tierra del Vino, una zona cuyo apellido había quedado en evidencia por culpa de la autárquica Ley Nacional del Trigo, que fomentó el arranque de viñedos para sustituirlos por cereales.
En esta nueva andadura volvía la casta de pionero del autor del tinto Pesquera. En principio se dijo que se ampliaría la D.O. Toro para que entrara esta bodega que, además, en los primeros años se ha nutrido de uvas de esa zona. También se dijo que colaboraría con Manuel Fariña, otro de los nombres grandes del vino castellanoleonés, en la revitalización de Tierra del Vino con vistas a crear otra denominación de origen. El bodeguero ha desmentido todos esos rumores y busca otro camino nuevo en la región: “haré denominación de origen de pago en cuanto pueda”. Será como crear de la nada porque, cuando Alejandro Fernández llegó a Vadillo de la Guiareña no había ni siquiera una parra de las de sombra. Sin embargo, compró una finca de 800 hectáreas en la que ya ha plantado 125 de buena Tempranillo, “todo con plantas de Pesquera; tanto Condado de Haza como Dehesa La Granja están plantadas con madera de mis viñas de Pesquera”.
Fue un golpe de corazón, porque en la decisión de compra no intervino ni la belleza del paisaje, ni sus cualidades vitícolas, sino la espectacular bodega excavada a pico en el siglo XVIII, en la que trabajaron durante 17 años 125 picadores, no de los de los toros, que esta hacienda tiene reminiscencias taurinas y hasta plaza de tientas, sino de los de “allá en la mina”, que dice la copla. “Yo tenía idea de venir a Toro. Conocía bien el vino de aquí de cuando vendía maquinaria agrícola y me gustaba; además, todos los bodegueros queremos salir de nuestra zona y hacer otras cosas. Un cuñado mío de dijo que vendían una finca y vine a verla con Esperanza, mi mujer. Me decidí en cuanto vi la bodega, sin necesidad de ver el campo. Ya pensaba en venir pero encontrar esta bodega me hizo adelantar el proyecto dos o tres años”.
Alejandro Fernández aprecia las cualidades de la comarca para producir vinos: “La historia nos lo dice; Tierra del Vino arranca aquí y se extiende hacia Salamanca; siempre fue zona de vinos. Me gusta porque el clima es más cálido que en la Ribera del Duero, vendimiamos en septiembre, antes que en la Ribera y con mucho menos peligro de lluvia”. Sin embargo, no cabe hablar de preferencias y es imposible arrancar a Alejandro Fernández un síntoma de que prefiera una u otra zona. La auténtica motivación es un espíritu emprendedor que se echa en falta en muchos bodegueros jóvenes: “Hay que hacer cosas. Yo no sé estar parado y, encima, mi mujer me anima. ¿Qué más quiero?”.
La finca estaba dedicada a la cría de toros bravos, pertenecía a los Molero, una famosa familia ganadera. “La dueña creía que venía a comprar la ganadería, pero yo quería ver la bodega. Estaba muerta, vacía y abandonada, había un tablao para las fiestas que organizaban y estaba llena de agua de filtraciones pero olía muy bien y por eso la compré. Sería en el mes de febrero y en mayo me hice cargo de la finca. Esa misma vendimia del ’98, que ya había empezado las obras, hice el vino en unos depósitos, en el patio”. Sin embargo, en un primer momento siguió con la ganadería: “Abandoné a los dos años, pero he dado treinta corridas con mi nombre. La explicación es que una corrida de toros tiene que valer veinte millones y está valiendo tres; además, el mundo de los toros es muy particular”.
Ha dejado de ser criador de toros bravos pero no de ser ganadero: “Tenemos las vacas para carne más bonitas del España y, además, son ecológicas, alimentadas sólo con cereal de nuestra propia finca y un poco de soja que compramos porque aquí no se da; tenemos cerdo ibérico y ovejas. Todo alimentado con pienso natural de casa, sin hormonas ni medicinas”. Y le ronda por la cabeza hacer queso con la leche de sus ovejas, que ahora vende a Torrestrella, una quesería de Bóveda de Toro. A Alejandro Fernández se le ve también buena mano con los animales: “Estuve en el campo hasta los 17 años y no me es extraño. Caballos sí he tenido y me ha gustado coleccionar carros; tengo seis o siete calesas”.
El proyecto va más lejos y en una línea muy actual: “Esto va a ser muy turístico en el futuro. Vamos a hacer un restaurante para grupos organizados, pero todo con productos de la finca”. Ya se han realizado algunas experiencias en ese sentido y se piensa en toda una dotación para la recepción de visitantes, desde el cubrimiento de la plaza de tientas, único recuerdo de la vieja adscripción de esta casa al mundo de los toros, que se convertirá en un gran comedor, hasta la idea de construir algunas casas para alojamiento rural en un extremo de la finca poblado de pinos.
Todo sin perder de vista el que tal vez sea el vino con más personalidad de todos los que llevan el hierro de Alejandro Fernández. Y eso que aún no es posible calcular el potencial del viñedo propio. Las 125 hectáreas de viñedo, una cifra que de momento no va a crecer, se empezaron a plantar, en espaldera y con riego por goteo, al principio de la primavera de 1999 y acaban de entrar en producción: “En la cosecha 2002 ya es nuestra la mayor parte de la uva pero a partir de la vendimia de 2003 ya sólo elaboramos uva propia”. Por el momento todo se dedica a un único vino, pero ya hay algún proyecto: “Aquí no se puede hacer reserva porque no lo permite la ley, pero tenemos ya unas botellas guardadas para un vino más especial, probablemente con otra marca nueva porque a mí no me gusta hablar de reservas sino de cosechas. Es una selección de barricas porque de momento toda la uva de la finca es más o menos igual. Hay algún rincón más caprichoso, algunas cuestecillas, que darán algo diferente pero es muy pronto”.
Es muy pronto para conocer todos los secretos de una finca muy joven. No obstante, ese concepto moderno de la uva joven o de la uva de viñas viejas choca con los criterios de este genial diseñador de vinos: “Nunca hablo de viñas viejas. El vino de viña joven es o puede ser tan bueno como el de viña vieja o tan malo, Depende de la carga de uva que dejes a la planta. Prefiero hablar de tierra nueva en viñas. Hay tierras que no han tenido viña en su vida, como una parcela que hemos plantado en Pesquera, y eso sí que es bueno; se fija mejor la acidez y los taninos son de mejor calidad. Es otro mundo. Aquí en Zamora es como si fuera tierra nueva porque hace más de setenta años que no hay viña. Es como ese periodo de varios años que en las grandes zonas francesas se deja descansar a la tierra cuando se arranca una viña antes de poner la nueva. Eso sí que me parece importante, la tierra descansada”.
En el conocimiento de cada pieza de viña de la finca y en algunas mejoras generales en las bodegas (limpieza y alguna modernidad adicional) interviene la hija menor de Alejandro Fernández: “Eva María ya es muy importante en el grupo de bodegas. Tiene 28 años nada más y viene conmigo a todas partes desde 1994, después de estudiar enología en Tarragona, en Madrid y en Burdeos”. La preparación del joven retoño es indudable, no sólo por esa etapa académica, sino por toda una vida aprendiendo de su padre. Falta saber si se hereda o se aprende la intuición vitivinícola, ese instinto que adorna desde siempre al creador de vinos como Pesquera, Janus, Alenza o El Vínculo. Alejandro Fernández confía plenamente en su hija: “Es pequeña pero muy valiente. Es mi sustituta”.
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