La Comunidad Valenciana, como otras muchas zonas productoras de España y del mundo, está inmersa en un proceso de reforma de su catálogo varietal. Los tipos de uva de toda la vida parecían relegados a un segundo plano con la invasión de las más prestigiosas uvas francesas. Más adelante, se realzaron las cualidades de las cepas de toda la vida, lo que supuso todo un descubrimiento. Sin que se haya terminado de definir ninguno de los dos caminos, la llegada de una nueva hornada de variedades de uva foráneas abre nuevas perspectivas a unos vinos con vocación cosmopolita.
Las bodegas valencianas históricas, las que estuvieron instaladas junto al puerto de Valencia, han vivido siempre volcadas al comercio mundial de vinos. Eso ha tenido consecuencias negativas, como el secular desconocimiento de sus vinos en el mercado español (la DO Valencia, por ejemplo, suena más en Suiza o Alemania que en Andalucía o Cantabria), pero también otras positivas: la atención a las tendencias internacionales en cuanto al estilo de los vinos de mayor proyección comercial. .
Hubo un tiempo en el que no fue exactamente así. Hacia los años setenta y ochenta, el sector del vino valenciano vivía anclado en los viejos parámetros de las ventas de vino a granel. El puerto era la vía de salida de millones de litros de vino y daba salida a la producción no sólo de las zonas vinícolas de la región, sino de grandes cantidades de vinos murcianos, castellanos, catalanes y aragoneses. La crisis de los graneles y hasta la eclosión de los vinos del Nuevo Mundo pillaron a las bodegas de El Grao de Valencia con el paso cambiado. Pero no tardarían en reaccionar. .
A partir de los años ochenta, cuando se produce la renovación de las estructuras del vino español, las firmas valencianas se unieron sin dudar al proceso. Favorecidas por la revalorización de sus viejas instalaciones portuarias, convertidas en unos golosos solares para la expansión de la ciudad, comenzaron a emigrar hacia el interior y construyeron modernas instalaciones en las zonas de producción. Al mismo tiempo, se producía un cambio radical en su filosofía de trabajo: dejaron de ser meras receptoras de vinos elaborados en cooperativas y bodegas particulares y se fueron transformando en viticultores. Acumularon grandes fincas vitícolas, lo que daba facilidades para la transformación del viñedo y para su adecuación a las necesidades de unas bodegas atentas a la demanda mundial de vinos. En esa transformación tendría un papel importante la aportación de variedades internacionales. .
En los años ochenta y noventa ya se veía la fuerza de los vinos del Nuevo Mundo. Triunfaba California, con Australia agazapada por su corta producción pero plantando viñas a toda velocidad, lo mismo que Chile, Argentina, Nueva Zelanda o Sudáfrica. Los mercados emergentes, como Estados Unidos o la nueva faz del consumidor del Reino Unido, que iba abandonando su predilección por los vinos licorosos, se estaban formando con vinos elaborados con una sola variedad de uva, preferentemente con una variedad famosa. Era el triunfo de uvas como Cabernet Sauvignon, Chardonnay y Merlot y, en menor medida, Pinot Noir, Sauvignon Blanc o Riesling. Las bodegas del Nuevo Mundo buscaban referencias en las más famosas zonas productoras francesas y proyectaban esos puntos de atención hacia sus mercados. Y muchas bodegas de la vieja Europa tomaron a California como modelo. .
Eran tiempos en los que no se confiaba en las variedades locales para elaborar grandes vinos. Concebidos durante décadas para proporcionar producción abundante, los viñedos de la Comunidad Valenciana daban lo que se les pedía: graneles, vinos jóvenes que se mezclaban con otros en envasadoras de vinos populares situadas fuera de España. Lo importante en el campo era producir muchos litros de vino, que aportaban lo que el clima negaba a otras zonas europeas: grado, cuerpo y color. Cuando se buscaron nuevas elaboraciones y se impulsó el embotellado, la vía buena para relanzar las zonas y las bodegas, se encontraron con que las cepas autóctonas no parecían aptas para esa producción de vinos de calidad con capacidad de mejorar en la crianza y de competir con los vinos más prestigiosos. .
Se pensó que variedades como Monastrell o Bobal (lo mismo que otras más abundantes en otras regiones, como Garnacha o Cariñena) no podían ser sometidas a crianza si no era con el refuerzo de otras más consistentes. Con esa idea y con la mirada puesta en los mercados en los que triunfaban los vinos monovarietales, se abrió la puerta a invasión de las cepas más internacionales, que llegaron acompañadas por la hispana Tempranillo, a la sazón la única que tenía buena fama en vinos de crianza gracias a su buen papel en Rioja y Ribera del Duero. .
Proliferaban los vinos varietales y las elaboraciones modernas, con sus ventajas (adecuación a la demanda) y sus inconvenientes (globalización, dilución de la personalidad de las zonas). Inmersa aún en una modernización al go tardía, no sería la Comunidad Valenciana de las primeras en reivindicar las cualidades de las uvas propias, pero lo haría con fuerza. Los tintos de Monastrell del sur o los de Bobal marcan, junto con algunos grandes vinos de variedades internacionales, la modernidad del vino valenciano. .
En esa modernidad tiene mucho que ver la evolución técnica de las bodegas y, sin duda, la aparición de enólogos de mérito. Sin embargo, las variedades tienen un peso fundamental, no sólo por su valor intrínseco, tanto de calidad como de proyección comercial, sino también, y de forma fundamental, porque definen toda una filosofía nueva de trabajo, con las bodegas muy atentas al campo, sabiendo bien que el estado y la calidad de la uva que entra en la bodega define en gran medida la calidad del vino. .
En la actualidad, desde el punto de vista del cultivo de la vid, la Comunidad Valenciana ha adquirido un aspecto que evoca a los viñedos del Nuevo Mundo. Viñedos modernos, bien alimentados y bien regados, en parte de los cuales todavía se tiende a forzar altas producciones y en los que se cultiva todo un catálogo de variedades, las clásicas reivindicadas, la oleada de las internacionales, ya con más de veinte años de adaptación, y la llegada de otras nuevas (Syrah y Petit Verdot son las de moda, y aquí también Albariño), además de la investigación para recuperar otras casi olvidadas (Tardana, Mandó). Un viñedo multicolor que define el aspecto multicolor actual de los vinos valencianos.
Fecha publicación:Enero de 2007
Medio: Anuario Gastronómico de la Comunidad Valenciana
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