Fecha publicación:Abril de 2003
Medio: Viandar
El vino y el lujo están ligados desde todos los puntos de vista. Acostumbrados a consumir las mejores marcas, los hombres “de posibles” están muy cercanos al mundo del vino. Muchos han dado el paso de invertir en bodegas e incluso de colaborar en el diseño de vinos a su gusto. El vino está en las mesas de las gentes de fortuna y a veces también en sus actividades de negocio.
El vino, tener un vino propio, “viste” mucho desde que los aristócratas decidieron que elaborar y vender vino era una actividad “noble” con la que ganarse la vida. Una vez eliminados o reducidos a una expresión simbólica los sueldos y prebendas que durante siglos fueron inherentes a sus títulos nobiliarios, muchos apellidos de abolengo tuvieron que buscar el sustento o al menos unos ingresos adicionales a los que proporcionaran sus fincas con el fin de mantener su estatus o, como nos decía uno de ellos, “reparar los tejados de sus viejas mansiones”.
El asunto, como tantos otros que tienen que ver con el vino y el lujo, se inició en Francia. Una vez consolidada la Revolución Francesa, la aristocracia rural que salvó milagrosa y literalmente la cabeza hubo de resignarse a ganar el pan o el caviar con el sudor de su frente. La vieja actitud pasiva de muchos de ellos, que se limitaban a cobrar las rentas de sus fincas, hubo de tornarse en activa e imitar a otros de su clase que ya se habían introducido en el capitalismo incipiente a través de los productos de sus haciendas rurales. Condes, marqueses y barones, los apellidos ilustres de cada lugar, se vieron abocados a algo tan plebeyo como el esfuerzo personal para procurarse ingresos.
Como eran hombres ilustrados, esa nueva actividad les llevó a interesarse por los nuevos sistemas de explotación de los diferentes recursos que proporcionaban sus fincas. Así se produjo una moderada revolución agrícola que tuvo como consecuencia, por un lado, la mejora de los rendimientos y, por otro, la elaboración de productos paulatinamente más sofisticados. Hasta ese momento, la escasa tecnología vinícola (lagares, prensas) era propiedad del noble local o bien del municipio y los pequeños agricultores lo utilizaban pagando el alquiler con parte del producto obtenido. Las grandes especialidades agroalimentarias nacieron de ese interés renovador y, de la necesidad de comercializar los productos, nacieron las marcas.
En el mundo del vino, fueron los nobles y las grandes fortunas rurales los primeros en señalar los vinos con sus nombres o con los nombres de sus fincas. Así llegaron los vinos de château franceses, auténtica aristocracia del vino, en los que el productor implicaba su propio nombre o su propia casa. De esa costumbre derivaría la construcción de no pocas mansiones rurales en las grandes zonas vinícolas francesas, ya que un vino “de château” tenía que contar con su castillo (entendido como mansión o palacete más o menos lujoso), en un primer momento por razón de imagen y luego incluso por imperativo legal, para poder incluir el dibujo del edificio en las etiquetas de los vinos y usar el nombre como marca.
Ese nuevo talante emprendedor de una cierta parte de la nobleza cercana al liberalismo les acercaba también a la burguesía, pujante clase social que era incluso más potente económicamente que la vieja aristocracia y envidiaba el glamour que envuelve a los apellidos de toda la vida. Finalmente, acabarían por fundirse la alta burguesía y la nobleza en una aristocracia económica que coincide en forma de vida, gustos y aficiones, entre ellas el consumo de los mejores y más exclusivos productos y, en los últimos tiempos, también su elaboración.
Nobles innovadores
En España este proceso, como tantos otros, tuvo dos caras antagónicas. La facción más rancia de esa nobleza quiso mantener un modo de vida anclado en los modos del antiguo régimen. De hecho, consiguieron prolongar el antiguo régimen durante muchas décadas, provocando un retraso en la evolución histórica que en muchos sentidos aún pervive. Otra parte, los ilustrados, llamados afrancesados por tantas razones, importaron las novedades que se producían al otro lado de los Pirineos, en muchas ocasiones aprendidas durante el exilio obligado por la victoria, política o casi siempre militar, de las tesis más inmovilistas.
Ese fue el caso de los creadores del rioja moderno, los marqueses de Riscal y de Murrieta. El primero, Camilo Hurtado de Amézaga, por sí mismo y rodeado de técnicos franceses; el segundo, Luciano de Murrieta, acompañando a su mentor, el general Espartero, duque de la Victoria, y aplicando sus propios conocimientos. Riscal vivió en Burdeos mientras que Murrieta residió en Londres, pero ambos trabaron conocimiento con los vinos y los novedosos sistemas de elaboración y crianza, el llamado “método Mèdoc”. A la vuelta de su exilio, implantaron las nuevas técnicas, en un proceso paralelo al que un siglo después protagonizaría con su Marqués de Cáceres Enrique Forner, hijo de un diputado por Castellón en las Cortes de la República, exiliado en Burdeos durante la dictadura del general Franco.
Hacia 1850 comenzaría Luciano de Murrieta a elaborar los nuevos riojas en la casa logroñesa del duque de la Victoria (se ha celebrado en 2002 el 150 aniversario de la salida al mercado de los primeros vinos) y diez años más tarde haría lo propio Camilo Hurtado de Amézaga en su nueva bodega de la finca Torrea, en Elciego, construida como una bodega del Mèdoc.
A ellos se unirían otros blasonados riojanos, como el conde de Hervías, cuyos herederos, divididos en dos dinastías, los Manso de Zúñiga y los Amézola de la Mora, explotan el viñedo de la finca-municipio familiar de Torremoltalbo; el conde de Hervías, en alianza con algunas familias bilbaínas y con el lobby riojano de la corte de Madrid (formado por Baldomero Espartero, Práxedes Mateo Sagasta y Salustiano de Olózaga), presionaron hasta conseguir que el trazado del ferrocarril entre Cataluña y el País Vasco pasara por el valle del Ebro, lo que influiría notablemente en el desarrollo del vino riojano al abrir la comunicación con Bilbao, su alhóndiga y su puerto.
Otros nobles de la región interesados en el mundo del vino fueron los marqueses del Puerto y de Terán, o los vecinos de Murrieta en el “pago de los tres marqueses”, el marqués de Romeral, que no cultivó viña en su finca vecina de Ygay pero sí en otras y uno de sus descendientes fundó la vieja AGE y prestó el título para una de las marcas, y el marqués de Vargas, un título presente en la histórica Bodegas Franco-Españolas hasta su integración en el grupo Rumasa, luego en Viña Salceda hasta que se vendió a la familia Chivite y al Rabobank y ahora al frente de Bodegas y Viñedos del Marqués de Vargas, en la finca familiar de Pradolagar, vecina de Ygay, y en la recién adquirida sucursal gallega de Pazo San Mauro, en Rías Baixas.
Patricios del vino
Fuera de Rioja otros apellidos nobles tuvieron intervención en el vino, algunos de forma similar a la de los patricios romanos, es decir, como una especie de retaguardia rural para sus actividades políticas o militares. Es el caso de los Alvear, antigua estirpe que ya estuvo presente en el nombramiento del rey Pelayo, en Covadonga, en 718. Sus descendientes se instalaron en Córdoba y explotaron viñedos montillanos desde finales del siglo XVII, dejando la dirección de sus fincas a capataces (como el capataz Villanueva, de cuyas siglas se hizo la marca del fino CB, una de las estrellas de la casa) mientras ellos hacían carrera militar y política al servicio de la Corona española o en contra de ella: hay una rama Alvear en Argentina, también con intereses vinícolas, desde que intervinieron en la independencia y constitución del país.
Las últimas generaciones de la familia Alvear están ya dedicadas de lleno a la elaboración y comercialización de vinos, manteniendo la firma como la casa hegemónica en Montilla-Moriles. Algo parecido ha ocurrido con otros ilustres de otras regiones, como Cataluña, con los marqueses de Monistrol cultivando viñedo y elaborando vino desde hace siglos. y Galicia, donde destacan dos nombres, ambos en la D.O. Rías Baixas: Juan Gil González de Careaga y Vicente Dalmau Cebrián.
El primero es el titular de Bodegas del Palacio de Fefiñanes, firma señera de la zona ubicada en el mismo palacio de Fefiñanes, solar de una vieja estirpe de vizcondes de Fefiñanes que tuvieron una trayectoria similar a la de los Alvear, con un hijo del primer vizconde, que edificó el palacio, como capitán de los tercios de Flandes. Hace casi un siglo, en las bodegas de Fefiñanes se comenzó a embotellar la que es, con mucho, la marca de vino más antigua de Galicia.
El segundo, el joven Vicente Dalmau Cebrián, conde de Creixel, tiene su casa solariega en el Pazo de Barrantes, en el corazón del valle del Salnés. Una finca dedicada desde hace muchos años al cultivo de la uva albariño pero que no tuvo reflejo en un vino hasta que el padre del actual conde inició el embotellado en 1990. La pasión por el vino, que llevaba desde su infancia gallega, le impulsó en 1982 a comprar nada menos que la histórica Bodegas Marqués de Murrieta. Su hijo consolida el prestigio del vino gallego y ha afrontado la renovación de la firma riojana, que en los últimos años ve reverdecer sus viejos laureles.
En el grupo de los bodegueros blasonados destaca con luz propia el nombre de Carlos Falcó y Fernández de Córdova, marqués de Griñón, no sólo por su categoría nobiliaria, es Grande de España, sino por su labor vitivinícola. Este descendiente de Gonzalo Fernández de Córdova, el Gran Capitán de las famosas cuentas (“por picos, palas y azadones para enterrar a los muertos habidos en las batallas, diez millones”, rezaban unas relaciones de gastos fieles antecesoras del redondeo del euro), fue pionero en la introducción en Castilla-La Mancha de las llamadas “variedades mejorantes” y de unos sistemas de cultivo de la vid novedosos no sólo en Castilla-La Mancha sino en toda España.
Carlos Falcó, además, adoptó una actitud militante y se ha dedicado a hacer proselitismo entre sus amigos para extender la actividad vitivinícola. Él animó a hacer bodega y recomendó a sus asesores (Richard Smart en viticultura y Michel Roland en enología) a gentes como el príncipe Hohenlohe, titular del Cortijo de las Monjas, en la Serranía de Ronda; a Marcial Gómez Sequeira, propietario de Dehesa del Carrizal; a José María Entrecanales, que prepara con mimo un nuevo vino en la D.O. Méntrida, o a Alberto Cortina, que acaba de estrenar sus vinos Vallegarcía, el nombre de su finca, casi vecina de Carrizal.
Los bancos se abstienen
Por unos u otros motivos, son muchos los próceres que se han dedicado a elaborar vinos y en ocasiones se han establecido sinergias muy interesantes, con tendencias casi vocacionales hacia la enología en grupos concretos. Industriales de prácticamente todas las actividades, en especial del ramo de la construcción pero también de la hostelería, de la metalurgia o de la moda, financieros y hasta deportistas han mirado y siguen mirando con frecuencia hacia el vino. A ellos hay que unir, naturalmente, las fortunas agrarias, pero no las corporaciones industriales de los bancos, que han desertado en masa del mundo del vino.
Los bancos tienen mucho que ver en el mundo del vino, como en tantos otros terrenos (no es difícil oír frases como “el banco y yo nos hemos comprado una casita preciosa” u otras similares), por la vía del préstamo. Sin embargo, el vino, su producción y comercialización, no cuentan entre las actividades preferidas por los bancos a la hora de invertir directamente. Y no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que los bancos tuvieron una presencia muy destacada en el mundo del vino, incorporando empresas vinícolas a sus grupos industriales. No faltan los ejemplos.
Uno de los más destacados por el tinte vinícola que se proyectaba en todo el grupo, y por tanto en sus bancos, fue el caso de Rumasa. En la maraña del grupo de la abeja hubo muchos bancos y muchas bodegas, con los bancos financiando la compra o respaldando la actividad de firmas como Garvey y Zoilo Ruiz Mateos, en Jerez; Pérez Barquero, en Montilla-Moriles; Vinícola de Castilla, en La Mancha; Federico Paternina, Bodegas Franco-Españolas, Berberana y Lan, en Rioja; o Segura Viudas, René Barbier y Castellblanch, en Penedés y Cava, entre otras. Una de ellas, Garvey, ha vuelto a manos de José María Ruiz Mateos y su Nueva Rumasa, formando un nuevo grupo vinícola junto a firmas como José de Soto, también en Jerez, Montequius, en Cava, y Marqués de Olivara, en Toro. Sin embargo, no hay bancos en el grupo.
Lo de Rumasa fue forzado, pero el resto de los bancos han ido abandonando el vino de forma voluntaria. El primero fue el Banesto de Mario Conde, ahora perteneciente al grupo Banco Central Hispanoamericano, que en 1994 se desprendió de Bodegas Age (Rioja) para vender esa firma a otra entidad financiera, el Banco Bilbao. La potente bodega de Fuenmayor contribuyó a hacer más grande al gigante del vino español, el grupo Bodegas y Bebidas, antes Savin, que ya contaba en Rioja con Bodegas Campo Viejo y Bodegas Marqués del Puerto, si bien ésta última fue vendida en 1996 a la corporación francesa Pernod Ricard (Marie Brizard).
Ese mismo camino correría todo el grupo que, en 2001, fue adquirido por Allied Domecq, multinacional propietaria de las firmas Pedro Domecq (y su conglomerado jerezano: Harveys, Terry y Agustín Blázquez) y Bodegas Domecq (Rioja). Parece que los nuevos propietarios aún están asimilado el banquete y Bodegas y Bebidas sigue su marcha con dos grupos de bodegas, el denominado Iverus o gama de lujo, con Aura (Rueda), Tarsus (Ribera del Duero) e Isios (Rioja), y el resto de las bodegas del grupo: Age y Campo Viejo (construye nueva bodega y cambiará el nombre), en Rioja; Vinícola Navarra, en Navarra; Bodega Alanís, en Ribeiro; Pazo de Villarey, en Rías Baixas; Laixertel, en Penedés (vinos gasificados), Casa de la Viña, en Valdepeñas; Vinioval, en Valencia; Bodegas Señorío del Condestable, en Jumilla, y participación en otras firmas.
Con la venta de Bodegas y Bebidas se cerraba el capítulo de bancos metidos a bodegueros, si se hace la salvedad de algunas cajas de ahorros, que tienen importante actividad vinícola en regiones como Aragón, donde participan en cuantos proyectos modernizadores impulsa el Gobierno regional (Viñas del Vero, por ejemplo). Además, hay que contar con las cajas rurales, que suelen tener una estrecha relación con las cooperativas en toda España.
La industria del vino
Tras la marcha de los bancos no le faltan, sin embargo, novios al mundo del vino. Si las bodegas han salido de los grupos industriales de las entidades financieras, no son pocos los industriales de otros ramos que diversifican su actividad invirtiendo en viñedos y en bodegas. No faltan movimientos especulativos, que tienden a inflar las zonas más prestigiosas (Rioja y, sobre todo, Ribera del Duero han visto mucho de eso) pensando exclusivamente en la obtención de un beneficio lo más pingüe que sea posible y en el menor plazo posible.
Los especuladores no se dan cuenta, tal vez al contrario que los bancos, que el mundo del vino no es un sector proclive a lo que se denominó el pelotazo. Es una actividad de largo plazo y con componentes de corazón que se escapan a los fríos cálculos de la mayor parte de los inversores. Esos componentes y las inversiones, importantes y constantes, que requiere una bodega son el motivo principal para poner en fuga a los de corazón más pusilánime. Pero otros se quedan y la tradición de industriales que han devenido en vinateros es antigua y rica en ejemplos.
La segunda generación de bodegueros riojanos, los que llegaron inmediatamente después de los marqueses de la fama, estuvo formada por casas francesas que venían a buscar vino a orillas del Duero y, sobre todo, por industriales vascos, asociados a los franceses o en solitario. Vieron negocio en un sector que conocían bien porque consumían el vino, porque ya empezaban a comprar sus fincas de verano en el valle del Ebro y porque el puerto de Bilbao era una de las salidas importantes, tal vez la más importante, para el comercio de esos vinos.
Curiosamente, en una de las casas pioneras la visión de negocio tuvo una importancia secundaria frente a motivos de salud y consecuencias de la guerra. En 1874, durante el asedio de Bilbao por las tropas carlistas, Eusebio Real de Asúa, miembro de una de las principales familias de la burguesía industrial bilbaína, contrajo una enfermedad pulmonar que aconsejó mudar su lugar de residencia a comarcas menos húmedas que la capital vizcaína. En 1877 se instaló en Haro, en un piso alquilado; era una época en la que el sector vinícola riojano iniciaba su época dorada y el bilbaíno trabó amistad con tratantes y agentes de comercio de Haro.
Entre ellos estaba el riojano Isidro Corcuera, que, con el propio Eusebio y su hermano, Raimundo, junto con otros accionistas minoritarios, constituirían en marzo de 1879 la firma Real de Asúa y Compañía, con sede central en Bilbao y bodega en el pago de Cantarranas, en Haro, hoy más conocido como Barrio de la Estación. Tres años más tarde, tras un par de ampliaciones de capital esa sociedad se transformaría en la Compañía Vinícola del Norte de España (C.V.N.E.), encargada de abrir un nuevo estilo en la elaboración del rioja: las bodegas industriales.
El camino abierto por los hermanos Real de Asúa sería seguido luego por muchos otros industriales vascos en una “emigración” que, si bien no ha sido masiva, es cierto que no ha tenido interrupción. En 1890 la familia Ardanza, que ya poseía otra bodega en Haro, funda junto con cuatro viticultores de Haro la Sociedad Vinícola de La Rioja Alta, a cuyo frente puso al enólogo francés Vigier; en 1904 se fusionaron ambas bodegas dando lugar a La Rioja Alta, regentada en la actualidad por la misma familia, que mantiene sus negocios en el País Vasco, entre ellos concesionarios de marcas importantes de coches.
Vascos en Rioja y en otras zonas
En 1901, un grupo de industriales y hombres de negocios bilbaínos, capitaneados por José Ángel Aurrecoechea y Santiago de Ugarte, se hizo cargo de la bodega que había fundado en Haro en 1859 la casa francesa Savignon Frères. La familia Ugarte seguiría al frente del negocio hasta su integración, en 1997, en el grupo Codorníu. El flujo de inversiones de industriales del País Vasco en Rioja seguiría con muchos otros nombres. Entre ellos, el de Jaime Rodríguez de Salís, empresario guipuzcoano que fundó en 1973 La Granja Nuestra Señora de Remelluri, una de las más conspicuas representantes de esa generación de bodegas que surgieron en torno a 1970, una de las cuales fue Bodegas Beronia, también fundada por empresarios vascos aunque se vendió pronto al grupo jerezano González Byass.
Por esas mismas fechas, el vizcaíno Luis Olarra fundó, junto con otros socios también vascos, Bodegas Olarra, situada en el polígono Cantabria, un polígono industrial situado en las afueras de Logroño. La firma pasaría luego al control de la familia Limousin, una de las fundadoras, que sería la que fundara la filial de Viana, Bodegas Ondarre. La tradición ha tenido continuidad con una familia vizcaína del ramo de la fundición, que prefiere permanecer en el anonimato, y que ha adquirido en 2001 la mayor parte de Bodegas Luis Alegre, de Laguardia.
Aunque pueda parecerlo, no es Rioja el único destino de los industriales vascos. La familia Álvarez, que es de origen leonés pero radica en Bilbao sus empresas de limpieza industrial y de seguridad (el grupo Eulen), compró en 1982 la mítica Vega-Sicilia y, a partir de ahí, ha construido un imperio vinícola que cuenta con una segunda bodega en la Ribera del Duero, Bodegas y Viñedos Alión, otra en la zona mítica de Hungría, Tokaj Oremus, y prepara el lanzamiento de su firma de Toro, Bodegas y Viñedos Alquíriz. También en Toro se ha instalado otra familia vasca, en este caso alavesa, los San Ildefonso, que regentan la firma Sobreño, una de las destacadas en esta etapa de eclosión toresana.
El mundo de la industria en sus distintas ramas muestra afición por el vino también fuera del País Vasco. Uno de los ejemplos más clásicos es el de Miguel Mateu, que era el propietario de la famosa marca de automóviles Hispano-Suiza y en 1923 fundó Cavas del Castillo de Perelada, uno de los más potentes grupos vinícolas de Cataluña. Sus descendientes mantienen las bodegas, la marca de automóviles, aunque ahora dedicada a motores de aviación, y un importante grupo empresarial que incluye promociones inmobiliarias, los Casinos de Catalunya, hoteles y otras actividades.
La familia Nozaleda, oriunda de Asturias y propietaria de diversos negocios tras su regreso de México, donde hicieron fortuna fabricando pan, fundaron Enate, uno de los motores que mueven la D.O. Somontano. La familia Masaveu, también asturiana, titular de un potente grupo de empresas, optó por Rioja y se hizo cargo de la alavesa Bodegas Murúa; hace dos años unió al grupo uno de los nombres señeros de Rías Baixas, Granja Fillaboa.
La lista de nombres se extiende por las zonas vinícolas más prestigiosas. José Antolín, presidente del grupo Antolín, importante fabricante de componentes de automoción, fundó en 1998 Bodegas Imperiales, una de las mejores bodegas jóvenes de Ribera del Duero. También en la Ribera del Duero entró una de las pocas fortunas sobrevivientes de la burbuja de las empresas de Internet, Meta 4, que participa con Mariano García y Javier Zaccagnini en Bodegas Aalto, en la que ha entrado también el grupo jerezano Osborne.
Construir bodegas
El de la construcción es otro de los sectores que siente predilección por el mundo del vino, tal vez porque la propia construcción de las bodegas les resulta algo más barata, si bien hay que decir que los edificios son probablemente lo que menos incide en el precio de una bodega de nueva planta. Si no se cuentan, claro está, los lujos, a los que suelen aficionarse pronto los bodegueros. A veces, incluso, se invierte aparentemente más en la zona social, el “choco” que dirían los vascos (cocina y comedor, a veces algunas habitaciones), que en la propia nave de elaboración de las bodegas.
Entre los constructores bodegueros hay que destacar al grupo Entrecanales, propietario de Bodegas Peñascal, dedicada a vinos de mesa, la ribereña Hijos de Antonio Barceló y la centenaria riojana Bodegas Palacio. Ésta última era su adquisición más reciente (compraron en 1998) hasta que se ha puesto en marcha un capricho en la finca La Verdosilla, en la D.O. Méntrida. José María Entrecanales siguió los consejos de su amigo y casi vecino Carlos Falcó, marqués de Griñón, y ha plantado viñedo en su finca de caza. El viñedo tiene muy buen aspecto, la bodega es modesta y los técnicos, esos sí, a todo lujo: se ha contratado al australiano Richard Smart, el pope de la viticultura mundial, para dirigir el viñedo; mientras, el vino estará diseñado por uno de los primeros espadas españoles, el manchego-riojano Miguel Ángel de Gregorio, autor de Finca Allende, Aurus y Calvario y que prepara el lanzamiento de un tinto del sur de Ciudad Real de auténtico peso.
De Gregorio hizo sus primeras armas en la bodega de otro constructor, Pedro Bretón, que en 1985 fundó a las afueras de Logroño Bodegas Bretón, recientemente trasladada a Navarrete. También constructor es Pablo Peñalba, propietario de Bodegas Peñalba López, más conocida por la marca de sus vinos, Torremilanos; que fue durante un tiempo presidente del Consejo Regulador de la D.O. Ribera del Duero. Colega de ellos, aunque en la rama de las obras públicas, es el manchego Antonio Sarrión, que en 1970 compró una finca en Utiel. Aunque durante años vendió la uva en la cooperativa, en 2002 ha lanzado dos vinos sin denominación de origen que se encuentran entre los mejores de la Comunidad Valenciana.
Otro personaje destacado del ramo de la construcción es Marcos Eguizábal, aunque el origen de su fortuna está en la explotación de los cultivos bajo plástico en Almería. El grupo Eguizábal heredó, dicen que a muy buen precio, una buena parte del grupo Rumasa: las bodegas riojanas y las jerezanas, mientras que otras fueron a parar a distintos compradores en la privatización que siguió a la intervención del Estado en el enmarañado grupo empresarial de la abeja. Liquidó pronto Bodegas Lan y la mayor parte de las firmas jerezanas, integradas en el grupo Medina, y conserva Federico Paternina, Franco-Españolas y una bodega en Jerez, bautizada como Paternina División Jerez; además, fundó otra en Ribera del Duero, Marqués del Valparaíso.
Vinos de altas finanzas
Aunque en España no abundan, como en Francia, las grandes corporaciones (empresas de inversión, aseguradoras, etcétera) implicadas en bodegas o en grupos de bodegas, los financieros son también grandes aficionados al vino. Especuladores por su propia naturaleza, en el mundo del vino, sin embargo, no faltan nombres de gentes o de corporaciones que han llegado aparentemente para quedarse. Si se habla de nombres propios, destacan Alberto Cortina, presidente de Repsol, que, aconsejado por Carlos Falcó, plantó viña en su finca del valle del Bullaque, en los Montes de Toledo, y acaba de poner en el mercado dos vinos con la marca Vallegarcía, que es el nombre de la finca.
Seguía los pasos de su vecino Marcial Gómez Sequeira, empresario de numerosas facetas (es médico, fue propietario de la sociedad Sanitas, conserva Sanitas Internacional y edita una revista dedicada a su pasión: la caza) que, también por consejo del marqués de Griñón, plantó viñedo en 1989 en su finca de caza, Dehesa del Carrizal. Además, la dirección técnica de la bodega corre a cargo de Ignacio de Miguel, que fue enólogo de Marqués de Griñón y también elabora los Vallegarcía. Al pionero Dehesa del Carrizal se podrían unir otros vinos además de los de Cortina, elaborados en otras fincas de lo que ya se ha bautizado como “el valle de los millonarios”.
Antes que ellos, el mundo de las finanzas estaba representado por Juan de Benito, que fuera síndico de la Bolsa de Madrid, propietario de la bodega Álvarez y Díez, de la D.O. Rueda, que es una de las firmas más inquietas de esa zona y una de las que elabora mejores vinos.
Millonarios serios, de los de muchos ceros, son los propietarios de Abadía Retuerta, la multinacional Novartis, dedicada a productos químicos (fertilizantes, farmacia). Su antecesora Sandoz (Novartis es fruto de la fusión de Sandoz y Ciba Gegy) compró en 1988 una empresa de fertilizantes entre cuyas propiedades, como pasando desapercibida, estaba la finca Retuerta y su abadía de Santa María de Retuerta, en torno a la cual se ha cultivado viñedo durante más de mil años.
Una potente inversión, que incluyó la reconstrucción de la abadía, situó a esta finca de las puertas de la Ribera del Duero como uno de los proyectos vitivinícolas más importantes de Castilla y León. Se pensó que era un movimiento especulativo, a la espera de entrar en una ampliación de la D.O. Ribera del Duero, lo que revalorizaría considerablemente todo el conjunto. Se frustró (de momento) la ampliación pero el proyecto siguió adelante, aunque hay rumores serios de que está en venta (por si hay alguien interesado, se habla de 200 millones de euros, lo que, tal como estaban las cosas hace poco, no parece demasiado).
Otra corporación que abandonó el vino fue Cofir, que controló durante varios años el grupo Arco, sustentado en Bodegas Berberana pero con participación en otras muchas, como Dominio de Valdepusa (Montes de Toledo) y Marqués de Griñón (marca de vinos de Rioja, del Duero, de vinos de mesa), Marqués de Monistrol (Penedés y Cava), Cortijo de las Monjas (Serranía de Ronda), la riojana Bodegas Lagunilla, que convirtió en vinos de mesa, y la también riojana Bodegas Campo Burgo, que compró a Nueva Rumasa y hay algún litigio en los tribunales al respecto. Cofir se volcó a la rama hotelera, de hecho se convirtió en NH, y el grupo Arco quedó en manos de sus directivos, capitaneados por Víctor Redondo, uno de los nombres fuertes del vino español, aunque no sea especialmente conocido por el gran público.
Unos van y otros vienen. El grupo Mercapital, financieros puros, se ha hecho cargo de Bodegas Lan y sus dos filiales, una bodega de vinos de mesa situada en Elciego (Álava) y la firma histórica del albariño, Bodegas Santiago Ruiz, que tenía muchos pretendientes en Galicia, lo mismo que en Rioja la finca Viña Lanciano, de Lan. Mercapital compró a Gabriel Celaya, industrial navarro propietario de las pilas Cegasa, dicen que acosado y hasta un tanto obligado a vender por los bancos, con los que tenía pendientes importantes sumas, acumuladas sobre todo por la construcción de una espectacular nave de crianza en Bodegas Lan.
Vinos de moda y farándula
Bien parece que invertir en vino está de moda en muchos terrenos, incluido el propio campo de la moda. Roberto Verino, el diseñador gallego, es el primer nombre que viene a la memoria a pesar de que apenas lleva seis años con su bodega Gargalo, la mejor con mucho de la D.O. Monterrey, sobre todo a partir de la cosecha 2000. No fue, ni mucho menos, el primero.
Antes que Roberto Verino, entraron en el vino los cuatro propietarios de la firma Miguel Bellido, más conocida por su marca Olimpo (complementos para cabellero: corbatas, artículos de piel), que se asociaron con Alfonso Monsalve, uno de los personajes más relevantes del vino manchego, para hacerse cargo de Vinícola de Castilla. Es una de las bodegas más importantes, por cantidad y por calidad, de la D.O. La Mancha y es otra herencia de Rumasa: fue la única bodega que construyó de nueva planta el grupo que creó José María Ruiz Mateos.
También podría ser incluido en el mundo de la moda el vizcaíno (de Azpeitia) Florentino Arzuaga, creador de Bodegas Arzuaga Navarro, en la D.O. Ribera del Duero, y de Bodega La Colegiada, en Lerma (Burgos), en la futura D.O. Ribera del Arlanza. Florentino Arzuaga es el padre de Amaya Arzuaga y regenta desde hace muchos años una industria textil radicada en Lerma. Además, es promotor de urbanizaciones turísticas en Ibiza. Todos ellos, incluidas las bodegas, negocios muy prósperos.
Los cómicos, la farándula y hasta los deportista invierten también en vino. Lluís Llach es el titular de Vall Llach, una de las más importantes bodegas de la D.O. Priorato y una de las pocas de nuevo cuño que se sitúan a la altura de los mejores en esa comarca. Muy cerca de Porrera, sede de Llach, aunque en la vecina D.O. Montsant, su colega Joan Manuel Serrat está poniendo en marcha un proyecto bastante importante, aunque no tiene todavía fecha de salida.
Rostros muy conocidos están también involucrados en bodegas. Se habló de la pareja Ana Belén y Víctor Manuel y se comenta que Pedro Almodóvar va a poner en marcha un proyecto en La Mancha. La tonadillera Rocío Jurado y el torero Ortega Cano estuvieron en el origen de Bodega Matarromera (Ribera del Duero), que fue el vino de su famosa boda, y el productor, director y actor Emilio Aragón tiene alguna participación en la nueva Bodegas Martúe, recién inaugurada en La Mancha, en la que es mayoritaria la familia González Borrego, constructores manchegos. También hay deportistas, como el centrocampista Eusebio Sacristán (Atlético de Madrid, Barcelona y vuelta a su Real Valladolid de Origen, donde sigue en activo), que participa en Quinta la Quietud (D.O. Toro), el defensa García Calvo (Atlético de Madrid), que también tiene parte en Capa 21, la nueva bodega que está poniendo en marcha la familia Moro en Peñafiel (D.O. Ribera del Duero).
Dentro de ese mundillo cabría incluir también a los periodistas, algunos de los cuales se arriesgan a hacer vino después de hacer crítica de vinos. Víctor de la Serna, colega del diario El Mundo, acaba de lanzar al mercado los dos primeros tintos de su Finca Sandoval, en la D.O. Manchuela; son dos vinos de alta calidad, lo que le salva de las críticas de los antes criticados. Otro tanto pensamos, sinceramente, de los dos proyectos riojanos en los que anda involucrado el propio director de Viandar, Mikel Zeberio, uno se llama Landaluce y otro Cantina Ácrata, nombre que le va muy bien al vino del dire.
El vino de la casa
De todas formas, dentro del mundo de la farándula, la palma se la llevó Jean León, emigrante cántabro de vida novelesca fundador de la bodega que lleva su nombre en la D.O. Penedés. Jean León emigró a Estados Unidos y, con el objetivo de conseguir la nacionalidad norteamericana y con ella el permiso de residencia, combatió en la guerra de Corea. A la vuelta, fue mayordomo de Frank Sinatra y, más tarde, fundó junto con el actor James Dean el restaurante La Scala, en pleno Beberly Hills, el barrio alto de Los Ángeles. En su bodega de Torrelavid (D.O. Penedés) fue pionero en la introducción, hace treinta años, de Cabernet Sauvignon y Chardonnay y de la fermentación de blancos en barrica.
Fue también uno de los primeros hosteleros españoles que vendía en su restaurante el auténtico vino de la casa. Los taberneros-bodegueros abundan bastante en España y tienen éxito. Ahí está José Luis Ruiz Solaguren, titular de Bodegas Antaño, en Rueda, o su colega José María Ruiz, propietario del segoviano Mesón de José María (antes de eso fue sumiller del famoso Mesón de Cándido, también en Segovia) y accionista mayoritario de Pago de Carraovejas, una de las casas punteras de la D.O. Ribera del Duero. Sin salir de Castilla y León, la familia García Viadero, dueños del hotel Fernán González, de Burgos, son los propietarios de Valduero, con sedes en Ribera del Duero, Toro y Rioja (Valgrande).
Otro destacado hostelero-bodeguero es el polifacético Gonzalo Antón. Es el propietario del restaurante Zaldiaran de Vitoria y presidente del Alavés, el club de fútbol de la capital vasca. Además, es propietario de Viña Villabuena, bodega riojana que produce los vinos Izadi, algunos de los cuales (Izadi Expresión), llevan la firma del enólogo Mariano García.
En Galicia también se pueden encontrar ejemplos, como el de Valdamor (Rías Baixas), propiedad de Manuel Domínguez (restaurantes Combarro, dos, en Madrid) y del alcalde de Ourense, Manuel Cabezas. Un colega del primero, José Limeres (marisquerías Sanjenjo, Portonovo y Moaña, también en Madrid) es el titular de Bodegas La Val, también en Rías Baixas. Y en Ribeiro, cabe destacar Pazo Casanova, una nueva y muy prometedora bodega puesta en marcha por los propietarios del hotel Pazo de Mendoza, de Bayona (Pontevedra). También cabría aquí la granadina Bodegas Señorío de Nevada, fundada recientemente por José Pérez Arco, que se dedicó a la hostelería durante muchos años en Tenerife antes de instalarse en el valle de Lecrín en las estribaciones de la Alpujarra.
Destiladores vinateros
Son empresarios cercanos al vino que invierten en bodegas. Como también lo son los destiladores, que tal vez ven que el consumo se está trasladando hacia bebidas más ligeras. Al menos éstas tienen más prestigio que los destilados de cara a la salud y de cara a los controles de alcoholemia, que también cuentan. Por esas razones o tal vez también por aprovechar sus redes comerciales para distribuir vinos propios, no son pocas las firmas elaboradoras de destilados que se han volcado también en el mundo del vino. Así, además, pueden dar salida adecuada a vinos no tan buenos, lo que siempre es una ventaja añadida.
La familia Velasco, propietaria de Destilerías La Navarra, fue una de las fundadoras de Bodegas Marco Real (D.O. Navarra), junto con Antonio Catalán (entonces propietario de los hoteles NH) y la riojana Bodegas Faustino Martínez. Ahora controla la mayoría de las acciones de esa firma y muestra un gran interés en desarrollarla: han plantado importantes viñedos y preparan una nueva bodega, dedicada a vinos de la más alta gama.
Otra firma ligada a los destilados, Diego Zamora, importante distribuidora de bebidas y propietaria del popular Licor 43, compró en 1998 la clásica Bodegas Ramón Bilbao (D.O.C. Rioja). Era una bodega anclada en los esquemas más tradicionales del rioja comercial y se han empeñado en darle la vuelta. Ya hay en el mercado signos de una política acertada, como el tinto Mirto.
Son firmas que compaginan el destilado con la elaboración y crianza de vinos, como hacen muchas firmas de Jerez y, sobre todo, la poderosísima Allied Domecq, que elabora aguardientes y licores en todo el mundo, incluidas algunas de las marcas más vendidas de whisky escocés, vodka, ron, ginebra y prácticamente de todo. Otros, en cambio, se pasaron con armas y bagajes del alambique al lagar. Es el caso de la familia Hernández de Mercado, que, tras la venta de Destilerías Dyc y anís La Castellana, precisamente al grupo Domecq, fundaron Grandes Bodegas (D.O. Ribera del Duero), instalada primero en una bodega un tanto fría al pie de la ciudad de Roa de Duero y trasladados luego a una lujosa instalación situada en La Horra, junto a una parte de sus 2009 hectáreas de viñedo.
El mundo del vino se postula como una buena alternativa para invertir esos milloncejos que sobran de los grandes negocios. Pero no es un negocio más. Acaba por enganchar, aunque a veces lleguen algunos indeseables, como el gallego Laureano Oubiña, que, con su Pazo Baión (hoy explotado por el grupo Freixenet) fue el principal responsable de que se acuñara el término “narcoalbariño” que circuló durante la eclosión de la D.O. Rías Baixas. Citar a tal personaje no quiere decir que equiparemos con él a los otros millonarios incluidos en este reportaje. Al menos a la mayor parte de ellos.
El valle de los millonarios
Situado en la vertiente sur de los montes de Toledo, inmediatamente al norte del Parque Nacional de Cabañeros, en la provincia de Ciudad Real, el valle del Bullaque se sitúa como una de las zonas vinícolas más pujantes en años próximos. Está cerca de la comarca de Guzmán, una zona vinícola marginal de la provincia de Toledo, pero no cuenta con una gran tradición vinícola.
Los montes y el amplio valle están repartidos entre varias grandes fincas de caza cuyos titulares ostentan nombres y apellidos tan sonoros como “los albertos”, la familia Banús, Mario Conde (la famosa finca La Salceda, que fue propiedad del torero Marcial Lalanda), Emilio Ybarra, Juan Abelló (posee cuatro fincas), la familia del conde de Mayalde, el duque de Calabria, Gonzalo Pascual o la familia Laos, entre otros.
En 1987 el empresario Marcial Gómez Sequeira comenzó a plantar viñas en una parte de su finca. Un viñedo atrevido, situado en un suelo muy pobre y cascajoso a casi 900metro sobre el nivel del mar y en una zona donde no había referencias vinícolas, que, sin embargo, está dando muy buenos resultados. Durante los primeros años, las uvas se trasladaban a la bodega del marqués de Griñón, inspirador del proyecto, situada al otro lado de los Montes de Toledo. Por fin, en 1999 se construyó la bodega.
Otros se animaron a seguir el ejemplo y el primero en sacar sus vinos ha sido Alfonso Cortina, presidente de Repsol, cuyos Villagarcía han visto la luz hace apenas unas semanas. Los siguientes serán los vinos de Gonzalo Pascual, presidente de Spanair, que ha plantado viña en su finca El Sauceral. Parece que podrían seguir el mismo camino la familia Laos, de las máquinas de juego Cirsa, que son propietarios de la pedanía de El Molinillo, una gran finca donde hubo bodega en funcionamiento hasta los años sesenta. También la familia Banús, cuyo proyecto en la finca El Soto de la Salceda podría ser de los más adelantados, y el financiero Juan Abelló.
Una zona de nueva creación, construida a base de muchos dineros (hay quien la llama Retúscany, fundiendo el nombre del pueblo, Retuerta, con el del valle donde se situaba la acción de la famosa serie Falcon Crest) pero que se perfila como muy importante. Los primeros vinos del valle del Bullaque responden a las expectativas y podrían cponstituir el germen de una nueva denominación de origen, tal vez con el nombre de Montes de Toledo. No obstante, las bodegas que actúan en la zona parecen optar por la nueva figura de las denominaciones de origen de pago. Las dos forman parte de la asociación Vinos de Pago de Castilla, donde están también, entre otras, Valdepusa y Finca Élez, las dos primeras denominaciones de pago calificadas.
El vino no cotiza en Bolsa
A pesar de que hay importantes corporaciones vinícolas, como los grupos Codorníu, Freixenet o Arco, no hay una presencia notable del mundo del vino en la Bolsa de Valores. Aglunos de los que frecuentan los parqués sí que entran en el negocio del vino, con puro ánimo de lucro o por afición, con intención de desarrollar una nueva actividad, pero empresas vinícolas relacionadas con la Bolsa no hay muchas. Cabría citar Álvarez y Díez (D.O. Rueda), pero únicamente por ser propiedad de Juan de Benito, que fuera síndico de la Bolsa de Madrid.
Varias bodegas tienen parte de sus acciones cotizando en Bolsa, pero no son de las que entran en los Ibex y otros índices porque son empresas que cotizan poco. No son de las que cambian con facilidad de manos, una prueba más de que los que invierten en vino tienden a quedarse en el negocio. Una de las más antiguas en los parqués es C.V.N.E. y también estuvo Bodegas Bilbaínas hasta que la OPA amistosa de Codorníu las retiró del mercado. Otro tanto ha ocurrido con las de Bodegas y Bebidas, la mayor parte de ellas en manos de Allied Domecq. Permanecen Bodegas Riojanas y Barón de Ley y se frustró la entrada del grupo de Marcos Eguizábal. Justo a tiempo, porque el pinchazo que ha sufrido la Bolsa en los últimos tiempos también podría haber afectado al valor de las acciones vinícolas. Si es que cotizasen.
Ignacio de Miguel: el enólogo de la jet
Cuando se habla de proyectos vitivinícolas impulsados por algunos de los poderosos de este país, con mucha frecuencia aparece por ahí el nombre de Ignacio de Miguel. Hijo y hermano de médicos (su padre fue hasta su jubilación el médico personal de la madre del Rey) y “pilarista”, es decir, estudiante del Colegio del Pilar, famosa institución docente del barrio de Salamanca madrileño en el que estudiaron muchos importantes, como los hermanos Solana o José María Aznar, optó por la enología. Veló sus primeras armas junto a Carlos Falcó, marqués de Griñón, y tomando buena nota de las enseñanzas del propio marqués y de los asesores de éste, el australiano Richard Smart, en viticultura, y el francés Miguel Roland, en enología.
Cuan do Falco se alió con el grupo Arco, el criterio enológico de Ignacio de Miguel encajó mal con el que imprimió al holding su presidente Víctor Redondo, por cierto, también pilarista, de manera que, al poco tiempo, dejó su puesto de enólogo en Marqués de Griñón. Para entonces ya estaba encarrilando su carrera como enólogo volante, con especial predilección por los proyectos con importante capital detrás. Pasó a dedicar una buena parte de su tiempo a Dehesa del Carrizal, cuyos vinos elaboraba ya en la bodega de Malpica, y poco apoco fue acumulando una importante clientela.
En la actualidad acumula una cartera de una veintena de clientes, entre los que se encuentran las dos bodegas del valle de los millonarios, la manchega Bodegas Martúe recién inaugurada, la pujante Estancia Piedra (D.O. Toro) y otros proyectos que aún no cuentan con vino en la calle, entre ellos el de algún futbolista famoso. Parece que la clave para contratar al enólogo de la jet es contar con una economía saneada y, a ser posible, alguna buena finca de caza, a la que es gran aficionado. No es imprescindible; a veces también baja de las alturas y se involucra en vinos de menor prosapia, incluida alguna cooperativa: está desarrollando la línea Gémina, de Bodegas San Isidro, la gran cooperativa de Jumilla.
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