Las cosechas crecientes en España (46 millones de hectolitros), en Francia (casi 60 millones, diez más que el año pasado) y en Italia (también se recupera: más de 50 millones de hectolitros). El consumo menguante, con descensos en casi todos los países productores constantes desde hace más de veinte años. El crecimiento de la producción en los países del Nuevo Mundo vinícola, superior al incremento del consumo en esos países (países como Chile o Australia han duplicado su superficie de viñedo y compiten con mucha ventaja en precio). Las cada vez más duras restricciones al consumo, con el nítido objetivo de tasa cero de alcoholemia para los conductores y con controles policiales apostados a la caza en las zonas de consumo potencial (algunos restaurantes de los de celebraciones masivas han sufrido las consecuencias de un control frecuente en sus proximidades).
Todos ellos son motivos de preocupación para el mundo del vino, que es utilizado como símbolo en las campañas contra los excesos, cuando los excesos peligrosos son los del consumo de otras bebidas, las del trago rápido e insensato, sin el amortiguador de ser acompañadas por algún sólido. Esa campaña contra los excesos no se complementa con la necesaria información al consumidor sobre los límites de la ingesta y los beneficios demostrados de un consumo moderado de vino. En el horizonte planea un trato similar al que recibe el tabaco: prohibición de toda publicidad y de cualquier acción que se piense que incita al consumo.
La calificación del vino como alimento, vendida como una victoria en la anterior legislatura cuando la pugna se planteó entre dos ministerios, el de Agricultura y el de Sanidad, ocupados, que se sepa, por el mismo partido político, podría ser una victoria pírrica si se consolida la tendencia actual. Así lo han visto los viticultores franceses, que en los primeros días de diciembre llenaron las calles de Burdeos, Tours, Maçon y las principales ciudades vinícolas del país para protestar contra lo que consideran una campaña agresiva del gobierno francés contra el consumo de vino.
Un duro anuncio emitidos por televisión ha sido el detonante para un sector muy preocupado por los motivos arriba expuestos y por el factor añadido de la cada vez más dura competencia que sufren en todos los mercados por la llegada de vinos de alta calidad a precios más competitivos, no sólo procedentes de los países productores emergentes, sino también de los clásicos.
España es uno de esos países competitivos, con una calidad media uqe ha alcanzado un nivel bastante bueno y unos precios que todavía son interesantes. Sin embargo, no es nada bueno dormirse en los laureles porque ya hay problemas en algunos países consumidores, con los vinos del Nuevo Mundo desplazando a base de calidad razonable y precios bajos a no pocos vinos españoles que en los últimos años no han mantenido la tensión en la calidad y se han relajado en el factor precio.
Cuando las barbas del vecino veas cortar… En España la situación no ha llegado todavía al nivel de la francesa, pero hay síntomas preocupantes. Hoy por hoy, un catarro del vino francés no se traduce en un beneficio inmediato en las zonas de alrededor, sino en un nuevo crecimiento de los nuevos países productores. Si el mercado norteamericano boicotea los productos franceses, lo hace en beneficio de su producción propia, de la australiana, claramente defendida por los prescriptores norteamericanos, o de la de los países de América del Sur, con un vino chileno muy bien situado y con Argentina tomando posiciones en el campo de la calidad.
España aún se va defendiendo, pero no está claro que sea por mucho tiempo. Además, en el panorama interno se ven los primeros apuntes de las mismas sombras que preocupan a los viticultores franceses: precios menos competitivos, calidades con alguna frecuencia poco consistentes, ofensiva contra el consumo de bebidas alcohólicas simbolizadas en la copa de vino (¿por qué no aparecen los enormes vasos del botellón callejero?), que ya se sitúa claramente junto a la jeringuilla o las pastillas de anfetaminas o éxtasis, y una ya alarmante falta de información objetiva sobre el consumo de vino y otras bebidas.
Parece urgente que se inicien acciones para evitar que en poco tiempo nademos en un mar de vino sobrante. Los sectores implicados implicadas (sindicatos y organizaciones agrarias, patronales, hostelería y hasta consumidores) harían bien en empezar a organizarse sin esperar, como siempre, el maná de la administración, que vive en una situación de esquizofrenia, con los responsables de Agricultura intentando aplicar tímidas iniciativas de promoción mientras sus colegas de Interior (Tráfico) y Sanidad empujan en dirección contraria.
Y deberían corregir la miopía de las cataplasmas del corto plazo (subvenciones a la destilación, ayudas coyunturales, “planes” oficiales de actuación que no cristalizan o se olvidan) para entrar en políticas consistentes y duraderas de calidad, de educación del consumidor, de apertura de nuevos mercados (en el ámbito interno, con la incidencia en segmentos que todavía ignoran el vino de calidad, y en la exportación, con el acceso a países emergentes que constituyen el futuro), de promoción sensata del vino como producto sofisticado, alimenticio y cultural y de publicidad de los beneficios que en todos los sentidos aporta un consumo inteligente de vino.
Fecha publicación:Enero de 2005
Medio: El Trasnocho del Proensa
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