Terminamos el año en campaña. En al menos dos campañas, alguna coyuntural y otra que podría ser calificada de estructural por lo que dura. La campaña anticatalana, respuesta a una o varias torpezas de un personaje de Cataluña que ahora manda mucho, es la coyuntural. La campaña antifumadores es la que parece estructural.
Hay que empezar por la coyuntural. Unas declaraciones del máximo responsable del Incavi (Instituto Catalán del Vino) contra la “riojitis” y otras del insigne Carod Rovira contra la candidatura madrileña a la celebración de los Juegos Olímpicos, rectificada al cierre de estas líneas, han abierto la caja de los truenos en las que se dibujan como las trincheras opuestas.
El primero defendía el consumo de vinos catalanes, como le corresponde, pero por la vía de apelar a ese nacionalismo de boina y estrechez de miras y pedir que no se consuman productos foráneos. No es una actitud nueva: basta recordar lo que está ocurriendo hoy mismo con el chacolí, defendido a trancas y barrancas por un cierto sector de consumidores vascos en contra del consumo de blancos de Rueda y de otras zonas, sin otro argumento que el origen del vino.
Quieren ignorar y hacer que sus consumidores ignoren no sólo el argumento básico de la calidad, sino también el otro, el del fraude que se da en los abundantes chacolíes que se venden sin embotellar o en botellas sin etiqueta, en la mayor parte de los casos elaborados a partir de uvas agraces procedentes de cualquier parte.
La diferencia entre el caso vasco y el catalán es que, mientras en el primero la campaña se difunde por la vía boca-oreja y no tiene una trascendencia pública en medios, en el segundo ha sido una propuesta de un responsable destacado de la Administración autonómica en unas declaraciones efectuadas al principal diario de Cataluña, La Vanguardia. El viejo recurso a la “opinión personal” no debe valer para gentes que en todo caso, y que se sepa, no tienen problemas de doble personalidad, una pública y otra privada.
Si se suma el desliz de uno a la incontinencia verbal del otro, se comprende que del otro lado surjan actitudes similares. Se comprende pero no por ello se ha de compartir. Las reacciones se han multiplicado, lo que debe tener poco felices a los productores de cava en plena temporada alta de ese vino, lo mismo que al resto de los productores catalanes, que sin comerlo ni beberlo se encuentran con una campaña en contra tan poco edificante como la que desencadena la reacción.
Y es que cualquier excusa es buena para provocar y para tirarnos los trastos a la cabeza entre nosotros. Con motivo de la elección de Zaragoza como organizadora de la Expo 2008, la prensa italiana ha destacado la unanimidad de las instituciones españolas en torno a la candidatura. Lamentablemente, es una excepción en un país en el que abunda la costumbre de subirse al podio pisando la cabeza del adversario, en lugar de superarlo de buena lid. Los responsables de las bodegas o de cualquier otra entidad tienden a reivindicar su liderazgo poniendo a parir al vecindario, cuando parece que lo más adecuado es seguir la técnica de Julio César al narrar sus campañas: en sus escritos engrandece la capacidad, fiereza, inteligencia y calidad combativa de sus enemigos para ensalzar su propio triunfo. Aquí se tiende a tirar por el suelo el prestigio del compañero sin caer en la cuenta que se rebaja el propio mérito.
Si hablamos de mérito, va teniendo mérito ser sufridor de la otra campaña, la que tiene a los fumadores como objetivo. Vaya por delante que el que esto escribe no es fumador y su calidad de exfumador (desde 1992) no significa que se haya convertido en un integrista antihumo, a pesar de la fama de intransigente que arrastro.
Viene a cuento esto por la poco afortunada intervención de un bodeguero francés en una reciente comida en la que presentaba su vino español. Interrumpió conversaciones y debates para informarnos de que “en Francia no es costumbre fumar durante la comida” y quejarse del incordio del humo para apreciar sus preciosos vinos y los aromas y sabores de las viandas.
No se trata de discutir las razones de la regañina, casi temimos la azotaina (de hecho, me entró esa congoja culpable que recuerdo de la infancia y quise irme, pero me lo impidió mi compañero de esta web y a la sazón fumador y compañero de mesa, Enrique Calduch), sino la impertinencia. Y, además, la inexactitud: en Francia se fuma mucho, no sólo entre plato y plato, sino también con frecuencia sobre el plato y hasta en catas de vinos. Y se fuman Gauloises y Gitanes, cigarrillos al menos tan apestosos como nuestros Ducados.
He de confesar que en ese almuerzo, tras la interrupción me apetecía fumar por solidaridad. Del mismo modo, la campaña contra el vino catalán que ha ido corriendo por esa vía nueva del “pásalo” ha provocado en mí un deseo de tomar unas copas de cava en unas fechas en las que me apetece más un buen priorato (tiendo a beber más cava en verano). Me ocurrió lo mismo cuando el emperador Bush y sus chicos quisieron boicotear los productos franceses: sucumbí inmediatamente al deseo de comprar una botella de burdeos y tomarlo con un buen confit de pato gascón.
La preocupación por la crisis del vino debe reflejarse en acciones para ampliar mercado y no para restarlos a otros. La preocupación por la salud debe tener objetivos más amplios que restar el humo del tabaco mientras seguimos tragando el de los autobuses municipales o los de los polígonos industriales de turno. La preocupación por los olores agresivos debería extenderse a los excesos de perfumes o a la ausencia de desodorante.
Son otras campañas en las que no hay que olvidar la imprescindible dosis de tolerancia. Es un ingrediente barato aunque escaso que debe sazonar todas las facetas de la vida durante todo el tiempo. Y no quedarse en deseos estacionales de unas fechas en las que aprovecho para desear a todos lo mejor para 2005.
Fecha publicación:Diciembre de 2004
Medio: El Trasnocho del Proensa
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