Madrid, 15 de marzo de 2013. AP.- En una doble sesión, dedicadas a sumilleres y prensa especializada, respectivamente, Álvaro Palacios y su equipo presentaron en Madrid las nuevas cosechas de toda su gama de vinos. En el suntuoso marco del restaurante La Terraza, del Casino de Madrid, y con presencia de la nómina de la prensa especializada madrileña casi al completo, se presentaron quince tintos, la mayor parte de las cosechas ’10 y ’11, y dos blancos de las tres bodegas que dirige el genial enólogo de Alfaro, que se confirmó, si hacía falta, como una de las figuras del vino español.
Fue una cata extraordinaria, que se realizó en horizontal, catando tres grupos de vinos, uno por bodega, pero bien podría haber tenido una lectura horizontal, por segmentos de precio o perfil más o menos complejo, que también habría puesto de relieve la coherencia que liga a las tres bodegas.
Se abrió la sesión con los riojas de Bodegas Palacios Remondo. Palacios explicó la historia de la bodega familiar, los antecedentes vitícolas familiares, que se remontan a un siglo y medio, y los fundamentos de dos de las marcas de la casa, que se sustentan en el trabajo que viene realizando con la variedad Garnacha, la más característica de Rioja Baja, en la finca familiar de La Montesa.
La reivindicación de la cepa autóctona se justificó ya de inicio en un tinto La Montesa ’10 de gran frescura y finura, pero alcanzó cotas importantes con un Propiedad ’10 muy elegante y un Propiedad ’11 que, a pesar de estar en ese periodo complicado del final de la crianza en barrica, ya mostró argumentos muy importantes.
La tanda siguiente corrió a cargo de Ricardo Pérez Palacios, sobrino del patrón, que es el responsable de las viejas viñas y los vinos de Descendientes de J. Palacios, la bodega de la DO Bierzo. El básico compite en el mismo segmento de La Montesa en cuanto a estilo. Son vinos que buscan y encuentran ese perfil de tinto de trago largo y grato, con la fruta como gran protagonista.
Mayores pretensiones tiene el Villa de Corullón, que enlaza con el priorato Gratallops, presentado más tarde, en la idea de los vinos de municipio, un tipo de indicación que Álvaro Palacios reivindicó y que no está contemplada en España salvo por la DOC Priorato. Profundo y más bien sobrio, el Villa de Corullón ’11 es tal vez la cima de lo que ha dado la marca hasta ahora, con una nariz profunda y elegante y un paso de boca proporcionado y con noble fuerza.
Un buen paso para dos de los tintos de finca de la casa, Las Lamas y Moncerbal, ambos de la cosecha ’11 y, como el anterior, seguramente entre las mejores entregas de las dos marcas. Vinos que muestran grandeza, tal vez más maduro Las Lamas y con mayor proyección de futuro el Moncerbal. Para disfrutar ya el primero y para tener alguna paciencia el segundo, aunque no es imprescindible por ser un tinto muy joven pero no rudo.
En la tercera serie se retomó la senda de las Garnachas del Ebro, pero en su segmento más oriental, en la DOC Priorato, en la bodega que lleva el nombre del autor de los vinos y que fue la primera que puso en marcha Álvaro Palacios, en 1989. El discutido juvenil Camins del Priorat busca con su perfumada cosecha ’12 empezar a ser indiscutible. Es una explosión frutal y floral, balsámica y con notas especiadas, para un paso de boca fluido y fresco, muy grato, igual que sus primos de Rioja y Bierzo.
No menos discutido en algunos foros es Les Terrasses, que todavía lleva la pena negra de unas primeras cosechas en las que tal vez no se midió bien la madera ni la proporción de cepas internacionales. Pecados de juventud, que se solventaban con el paso de un tiempo en la botella pero que fuer superados hace ya años, al mismo tiempo que el vino ganaba en estructura y en entidad. Les Terrasses ’11 va en esa línea de priorato serio, vivo y fresco, contundente y consistente.
Los mismo cabe decir del vi de vila, Gratallops ’11, que en esta entrega supera a la precedente en concentración y en engarce de sus matices aromáticos, pero sobre todo en un paso de boca poderoso y serio. Se acercaría al perfil del Finca Dofí si no fuera porque el tinto inaugural de la bodega cubre etapas de grandeza sin parar la mismo tiempo que se apoya más en la uva Garnacha y limita la presencia de los exotismos.
El Finca Dofí ’11 está para llevárselo entero a una isla desierta, para no tener siquiera la tentación de compartirlo. Concentrado, profundo y complejo, proporcionado, sofisticado y macizo, es un tinto grande todavía en una fase inicial de crecimiento y todavía a un precio muy razonable, en torno a 65€, aunque en estos tiempos eso pueda parecer una provocación.
Se cerraba la cata con ese gran Dofí y con el murmullo generalizado de la concurrencia, que echaba a faltar algunos vinos. Era el golpe de efecto del guasón Palacios, que dejaba las estrellonas para la cena. Una cena muy larga (esos matadores espacios interminables entre plato y plato), que se abrió con dos cosechas del blanco Plácet y una referencia de Álvaro a su hermano menor, Rafael, que hace sus grandes blancos en Valdeorras y que inició su carrera precisamente con Plácet.
Se presentaron dos cosechas del blanco, cuyo nombre completo es Plácet de Valtomelloso, una de las viñas de La Montesa, nombre que esquiva por los pelos la anacrónica prohibición de citar las viñas o los pagos de procedencia de los vinos, algo que era tradicional en Rioja (demasiadas mentiras acabaron con ello, eso sí). Hubo dos cosechas ’09 y ’10, que se unen al puñado de marcas que reclaman atención para los blancos de Rioja, con el valor añadido de ser vinos de Rioja Baja.
Después, también a pares, con vinos de las cosecha ’11 y bebés de la ’12, llegaron las dos cimas de las casas de Bierzo y Priorato, un La Faraona telúrico, profundo y de enorme casta, que Álvaro Palacios calificó como “gloria bendita”, y L’Ermita, que, librado ya hace varios años de las aportaciones foráneas, alcanza cotas extraordinarias, comparables incluso a L’Ermita ’10, el mejor hasta hoy pero un punto inferior, según su autor, al ’11.
El desfile extraordinario se cerró con todo un clásico, un venerable Herencia Remondo gran reserva ’78 que a sus treinta y cinco años sirvió de contrapunto al desfile de modernidad y frescura que se desarrolló en una tarde-noche espectacular. Al salir, descubrimos que el alarde de Álvaro Palacios y sus chicos (y la intervención de algún espontáneo que quiso hacerse notar en fiesta ajena) se había prolongado durante más de seis horas. Y nadie se quejaba.
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