Hace apenas diez años vieron la luz los primeros nuevos prioratos concebidos por cinco visionarios llegados de fuera de la zona. Casi al mismo tiempo, se empezaba a hablar de un nuevo estilo que nacía en Jumilla de la mano del jumillano Agapito Rico. Dos historias diferentes que se sustentaron en conceptos distintos, pero que convergieron en el tiempo para cambiar muchos conceptos en el ámbito de las zonas vinícolas del Mediterráneo y en el conjunto del vino tinto español.
Pepe Mendoza, el enólogo de la brillante bodega familiar de Enrique Mendoza, en Alicante, lo proclama cuando tiene oportunidad: “el gran potencial del vino español en los próximos años está en la franja mediterránea”. Los hechos parecen darle la razón, al menos en una buena medida. Aunque no es posible desdeñar el impresionante potencial que ha desplegado Rioja en todos los sentidos, ni el de la cuenca del Duero en su práctica totalidad, ni siquiera el de la región central, en pleno tránsito del granel a los vinos de calidad, lo cierto es que las comarcas mediterráneas han mostrado un gran dinamismo en estos años del cambio de siglo.
Las bodegas vanguardistas de esa amplia región reivindican el mejor carácter mediterráneo en unos vinos que apuestan por la madurez y la redondez. Frente al viejo estilo elitista de los “vinos de guarda”, en muchos casos inadecuados para el consumo hasta varios después de su salida al mercado, los nuevos vinos mediterráneos son más civilizados, buscan los taninos redondeados por la maduración del fruto y unos nuevos sistemas de elaboración.
Nuevos vinos mediterráneos
Casi inevitablemente (obligan el clima de las zonas productoras y la apurada madurez de las uvas) y aunque algunas bodegas ensayan técnicas para moderarlo, son vinos de grado alcohólico impensable hace muy pocos años (rondan y superan el 14% vol. cuando la línea clásica se espantaba con más de 12,5), pero que en los mejores de estos vinos está perfectamente conjuntado, bien arropado por extracto, taninos y una buena acidez. Van pasando al olvido aquéllos vinos a los que la vendimia demasiado precoz, que intentaba paliar los excesos de alcohol, confería tonos vegetales (verdor, pámpano) sin que por ello dejaran de ser ardientes.
Las modernas y mimadas elaboraciones destierran los tonos de oxidación del viejo carácter mediterráneo: aquellos olores de cuero, de pasas y de maderas viejas en vinos que no tenían crianza en barrica (la maderización, estadio superior de la oxidación, que es cuando, como decían algunos, el vino “huele a coñá”). En su lugar, los elegantes matices de compotas que produce la uva madura, los minerales procedentes del suelo y los misteriosos balsámicos (monte bajo, hierbas aromáticas), producidos por la confluencia de variedad, clima y suelos.
El nuevo estilo mediterráneo ha proporcionado una nueva y sugestiva gama de sensaciones que va calando en el consumidor y que extiende su influencia a zonas del interior. Las comarcas clásicas, productoras de vinos fríos, tienden a apurar la maduración para obtener taninos más amables, vinos más redondos, en los que la sensación astringente y dura de siempre ceda el paso al tacto aterciopelado. Esos tintos de la modernidad son más golosos, pero, a cambio, tal vez sacrifiquen la longevidad. Es éste de la guarda de los vinos mediterráneos un tema de controversia que únicamente podrá ser solventada por el paso del tiempo. Mientras tanto, los aficionados gozan de las cualidades de estos vinos en el medio plazo, cuando la botella ha realizado su labor en unos vinos que tal vez salen un punto demasiado pronto.
Con mayor o menor intensidad, velocidad y acierto, el proceso depuesta al día se puede verificar en todas las zonas mediterráneas, desde el extremo nororiental de Cataluña hasta la costa más meridional de Murcia, y aún mas lejos: hay movimiento en las Alpujarras, en la sierra de Cádiz, en la Serranía de Ronda y hasta en el desierto de Almería. Y hay que sumar, por el norte, la renovación de las comarcas francesas del Midi, con el Rosellón convertido en una especie de California de acento francés.
La escuela del Priorato
Los años noventa han sido vitales para el despegue vinícola de Cataluña, una de las regiones más interesantes en estos momentos en el conjunto del mapa vinícola español. La eclosión de los tintos del Priorato causó profunda sorpresa en una región en la que el concepto de calidad se asociaba casi exclusivamente al cava y a un reducido puñado de casas (Torres, Raimat, Jean León y algunas otras que empezaban a apuntar). En esa década la escuela del Priorato se consolidó en la enológía catalana. Y en este caso, el término escuela debe ser leído en sus dos acepciones: como un movimiento estilístico, se diría que incluso estético, y como un centro de enseñanza, materializado en la escuela de enología de Falset, desde donde repartieron sus conocimientos algunos de los pioneros del Priorato.
La escuela de enología y las bodegas del Priorato fueron lugar de aprendizaje de toda una generación de jóvenes enólogos que procedían de diferentes comarcas y volvieron a sus casas con un concepto nuevo que cambiaría la faz del vino tinto catalán. Al mismo tiempo, algunos de los pioneros del Priorato, en especial José Luis Pérez Verdú y su familia (su hija correcaminos, Sara), fueron llamados por muchas bodegas de toda la costa mediterránea (Cataluña, algunas valencianas y mallorquinas y hasta en Bullas) para que asesorasen en el cambio de rumbo de los vinos.
Los pioneros del Priorato, René Barbier, Dafne Glorian, Álvaro Palacios, Carles Pastrana y José Luis Pérez Verdú, acudieron a la llamada del primero de ellos (René Barbier fue el auténtico visionario de una zona deprimida y pobre convertida luego en un vergel vinícola) y trabajaron con las variedades ancestrales de la comarca, las viejas plantaciones de Garnacha y ariñena, para las que buscaron el refuerzo de Cabernet Sauvignon, Merlot y las primeras experiencias con Syrah, cuyo cultivo ya había iniciado Josep Anguera muy cerca del Priorato, en la actual D.O. Montsant.
Montsant para el futuro
En el marco de ese movimiento hay que destacar a la nueva D.O. Montsant, escindida de la D.O. Tarragona, que ha quedado reducida a la productiva comarca del Campo de Tarragona. Es la zona más cercana al Priorato: de hecho estos pueblos, que rodean casi completamente a la D.O. Priorato, forman parte de la comarca histórica del Priorato, de la que Falset es la capital administrativa. Tal vez por cercanía, ha sido la que más directamente ha recibido la influencia de la zona vecina, bien por sana emulación, bien por la intervención de algunos de los que allí trabajan: enólogos que asesoran a bodegas de Montsant o que invierten en la zona, como René Barbier y Laurona (en alianza con Christopher Cannan) o Sara Pérez y su Venus. De una u otra forma, Montsant parece la zona catalana de mayor proyección de cara a un futuro que ha empezado ya.
La comarca recibe también la visita de casas foráneas: en el Priorato están ya Miguel Torres, que también cuenta con amplios viñedos en Montsant; Freixenet, que participa en Viticultors del Priorat, junto con el ex ministro Luis Atienza, entre otros socios que también tienen parte de la nueva firma Viñas del Montsant, en la D.O. Montsant, Codorníu tiene una parte de la histórica Cellers de Scala Dei; Perelada ha entrado en Cims de Porrera; Josep María Pujol Busquets, enólogo de Parxet, se alió con Josep María Albet (Albet i Noya) para crear Mas Igneus; y Pere Rovira Rovira, importante comerciante de graneles, compró Masía Barril para relanzarla como Viticultors Mas d’en Gil.
Volver los ojos a la viña
En otras zonas también se deja ver la influencia del Priorato. Tal vez la expresión más clara es la presencia de la familia Pérez Ovjero, propietaria de Clos Martinet, difundiendo su doctrina vitivinícola. Esa doctrina se podría resumir en el retorno de la viticultura como el factor fundamental a la hora de diseñar un vino. La actividad de la familia Pérez Ovejero es impresionante y su área de influencia se va extendiendo por todo el Mediterráneo. En el entorno próximo participan en Cims de Porrera, ahora junto con Cavas del Castillo de Perelada, estuvieron en el lanzamiento de Celler Vall-Llach (hasta hace muy pocos meses) y participan en el proyecto que está poniendo en marcha Joan Manuel Serrat cerca de Porrera pero en la D.O. Montsant.
Fuera de “su” Priorato, hace años que pusieron en marcha la renovación de los tintos de Castillo Perelada. Su primera evidencia fue el tinto Gran Claustro y siguen con los Malaveina y los Ex Ex, el nuevo rostro de sus tintos Castillo Prelada, en especial el reserva y, en el futuro, los que salgan de su finca de El Garvet, abierta a la costa ampurdanesa. Ese movimiento de la casa grande del Ampurdán ha tenido seguidores de relieve. Destaca el joven Jaume Serra (nada que ver con la casa del mismo nombre del Penedés, que fue de la familia Rato y ahora explota el grupo García Carrión), hijo del enólogo de toda la vida de Perelada, Delfí Serra; el retoño, formado en Falset, participa en algunos de los más interesantes proyectos que pronto se van a ver en la zona y en una exótica plantación en la isla Formentera. Además, hay que contar con los tintos de Oliver Conti o los de Mas Estela.
Costers del Segre y el sur de Tarragona
Mientras algunos de los más inquietos hombres del vino del Penedés (la familia Jané, Carles Esteva) y algunas de las gandes casas (Segura Viudad, del grupo Fereixenet, y naturalmente el grupo Torres, con Jean León) mantienen una pugna con blancos y cavas y buscan devolver a esa comarca su carácter de productora de tintos, en otras zonas progresan se van dando también pasos más o menos amplios. En Costers del Segre Raimat tiene ya la compañía de Castell del Remei, ambas con tintos de mérito, y se espera el estreno de Torres en la vieja Conca de Tremp, en un auténtico paisaje lunar, a más de mil metros de altitud. Lo más interesante sigue pareciendo lo que toca con la provincia de Tarragona, en particular la zona de Les Garrigues, donde destaca el Ceeler de Cantonella, un empeño de Tomás Cusiné, el más inquieto de la familia propietaria de Castell del Remei.
Es una zona que se encarama a las mismas formaciones montañosas que dan paso a la D.O. Priorato y a la D.O. Montsant y que está próxima a las otras denominaciones de origen del sur de Tarragona, Conca de Barberá y Terra Alta. Aunque se percibe algún movimiento, la primera sigue anclada en su papel de nodriza de graneles para las grandes productoras de cava instaladas en la zona del Penedés. La segunda ofrece un mayor interés, con vinos del nivel del Coma d’en Pou, de Celler Bárbara Forés, donde también está la mano de los Pérez Verdú, o jóvenes cachorros valiosos, como Xavier Clua o Llorenç Vidal. El problema de la Terra Alta es que se revela como una interesante zona de tintos cuando dos terceras parte de su viñedo están ocupadas por variedades blancas, sobre todo la difícil Garnacha Blanca.
Pioneros del Altiplano
Al mismo tiempo que nacía el nuevo Priorato, en los primeros noventa, en Jumilla, la más importante de las denominaciones de origen que se reparten el Altiplano Levantino (Alicante, Almansa, Yecla y la propia Jumilla) se volvía a recuperar el pulso de renovación que ya se había intentado en la década de los ochenta con los Viña Umbría, Cerrillares y, sobre todo, Altos del Pío. El tándem Agapito Rico-Juan Selva, con el apoyo técnico del riojano Juan Carlos López de la Calle (Artadi) alumbraron unos jumilla de nuevo cuño que se sustentaban en Monastrell pero que también buscaban el refuerzo de las cepas francesas, sobre todo de Cabernet Sauvigtnon y Merlot, mientras la Syrah llegaría más tarde para triunfar y convertirse en una de las variedades de moda.
Jumilla y Priorato serían las dos zonas pioneras de los nuevos vinos tintos del Mediterráneo. Serían como dos focos de los que irradiarían unos nuevos conceptos de vinos, sustentados, sin duda alguna, en una nueva forma de cultivar la viña. Es cierto que el Priorato brillaría más, pero no es menos cierto que la zona murciana ha jugado un papel comparable en la zona sur. La diferencia es que en la comarca catalana protagonizaron el cambio unos elaboradores jóvenes, entusiastas y con empuje.
En el sur, por el contrario, pesaban mucho las tradiciones y los renovadores se presentaron con cierta timidez, luchando contra una imagen negativa que pesaba mucho. Los pioneros del Priorato apostaron desde el principio por los mercados internacionales, más abiertos al nuevo estilo de tintos por la influencia de los de los nuevos mundos vinícolas. Como partían de cero, crearon nuevas redes de distribución orientadas fundamentalmente a la hostelería y a las tiendas especializadas. Los jumillanos, acostumbrados al granel y a la gran superficie, no contaban con estructuras comerciales adecuadas en el interior y tuvieron que buscar el sustento en la exportación, esperando un efecto rebote que les ayude en el mercado doméstico.
Jumilla dio primero
Un buen ejemplo de ello es la trayectoria de Agapito Rico. Fue director comercial durante muchos años de Bodegas García Carrión, la casa hegemónica de la zona. Al poner en marcha su propia bodega, adoptó una política diametralmente opuesta. Aposto por la calidad, por los nuevos sistemas de cultivo (riego por goteo, adopción de nuevas variedades), por las nuevas elaboraciones y por un perfil de vino revolucionario en su tierra. Y buscó su camino en los mercados internacionales, donde vende más de las tres cuartas partes de su producción.
Tras el ejemplo de Agapito Rico, y con su apoyo generoso, surgirían los tintos de Casa Castillo. Más adelante, los de Finca Luzón o la reciente aparición de Casa de la Ermita y hasta los de los grandes productores, como la cooperativa San Isidro y su gama Gémina y el mismísimo García Carrión con sus Mayoral. Ha habido otros de gloria efímera (Huertas) y algunos clásicos que llegan a última hora (Bleda). También hay que contar con las cooperativas de los pueblos albaceteños integrados en la D.O. Jumilla, a los que algunos quieren escindir, y con algún ejemplo de vuelo libre, sin denominación de origen (Olivares).
En la vecina Yecla, los Castaño desarrollaron su gama de vinos y mostraron también las cualidades de la Monastrell en vinos un tanto más livianos y convencionales que los Carchelos de Agapito Rico; pronto se adentrarían también en perfiles vanguardistas. Han trabajado en solitario, con ningún apunte de emulación en las otras dos bodegas que actúan en la zona e incluso con algunos problemas burocráticos: comercializan como vino de mesa un magnífico varietal de Monastre sólo porque sobrepasa en unas décimias la graduación alcohólica máxima admitida.
En Almansa, ahora se empieza a ver alguna compañía para la soledad histórica de la familia Bonete en Bodegas Piqueras. Y en Bullas, también con la tutela de José Luis Pérez Verdú, la familia propietaria de Bodega Balcona empieza a explotar con maestría las cualidades de los valles altos de una zona que ha pasado prácticamente desapercibida durante muchos años.
Valencia se pone en marcha
El proceso traspasó también las aguas hacia el archipiélago balear, en una línea bastante directa con la escuela del Priorato. La primera campanada la dieron los jóvenes promotores de AN Negra Viticultors y, poco a poco, nuevas bodegas van apostando por las nuevas filosofías, tal y como ya expusimos ampliamente en el artículo Vinos de Baleares, el Mediterráneo menos conocido.
En el centro de todo, los vinos de la Comunidad Valenciana parecían ajenos al proceso. Las grandes casas que tuvieron su sede en el Grao de Valencia y que escribieron la historia de las grandes exportaciones de vino a granel (en tiempos vaciaban no sólo las zonas productoras valencianas, sino también buena parte de las murcianas y catalanas y, tierra adentro, de La Mancha y Manchuela) permaneciaron mucho tiempo acomodadas en las gamas de vinos y precios más competitivas en los mercados internacionales. Nombres como Utiel-Requena y Valencia eran más conocidos en las grandes superficies europeas que en el mercado español, mientras que Alicante sencillamente no sonaba, perdido en el mercado de los graneles.
Curiosamente, la renovación e los vinos de la Comunidad Valenciana viene de la mano de gentes de corta tradición vinícola. Una prueba más de la enorme fuerza que tienen las inercias productivas y comerciales en una región que, no obsante, ha experimentado una transformación muy importante con la emigración de algunas de las grandes casas históricas desde el Grao de Valencia hacia el interior. Las vanguardistas bodegas de Gandía, Cherubino o Schenk, ubicadas en la comarca de Utiel-Requena. poco o nada tienen que ver con los viejos almacenes portuarios.
Los vinos de esas grandes casas tradicionales se han modernizado pero no han profundizado en el nuevo estilo en la misma medida que las tres bodegas más interesantes de la región: Bodegas E. Mendoza, Celler del Roure y Bodega Mustiguillo. Tienen en común su juventud, pujanza y ausencia de esquemas prefijados, además de una relación de amistad entre sus tres responsable reforzada en largos viajes realizados a zonas productoras del Nuevo Mundo. Además, se da el caso nada sorprendente que las tres bordean los límites de la denominación de origen, la primera un tanto molestada por la burocracia de la D.O. Alicante (normal: sólo ahora ensaya con Monstrell y tiene ideas propias en cunato a cultivos y variedades), la segunda decidida a última hora a entrar en la D.O. Valencia y la tercera autoexcluida de la D.O. Utiel-Requena.
Son bodegas jóvenes que están en manos de jóvenes técnicos que no son hijos ni de bodegueros ni de viticultores, lo que tal vez sea la clave de la cuestión. Pepe y Julián Mendoza, responsables de Bodegas E. Mendoza (D.O.Alicante), heredaron la afición al vino de calidad de su padre, Enrique Mendoza, que es propietario de un gran supermercado. El padre de Toni Sarrió, director general de Bodega Mustiguillo (vinos son denominación de origen en una bodega situada cerca de Utiel), es contratista de obras públicas. La familia de Pablo Calatayud, que acaba de poner en marcha Bodegas Celler del Roure en la zona sur de la D.O. Valencia, posee una fábrica de muebles.
Son los tres más inquietos de toda la Comunidad Valenciana y reciben la influencia del Priorato, por vía indirecta y lejana en el caso de un Pepe Mendoza que mira muchi hacia el Nuevo Mundo, mientras que en los dos casos se da la vía directísima de la asesoría de la omnipresente Sara Pérez Ovejero. Completa el póquer de ases valencianos la firma Laderas del Sequé, en la D.O. Alicante, que bebe directamente de la filosofía que llevó el progreso a la D.O. Jumilla.
Mendoza y El Sequé, en Alicante
Durante prácticamente toda la década de los noventa sólo dos nombres de la Comunidad Valenciana aparecían en las listas de los mejores vinos de España: Gutiérrez de la Vega con sus moscateles y los espléndidos tintos de Bodegas E. Mendoza. Pepe Mendoza, el enólogo de esa pequeña firma familiar con doble sede en Alfás del Pi (en la Marina, muy cerca de Benidorm) y Villena (en el valle del Vinalopó, dentro del Altiplano, la zona clásica de tintos de la D.O. Alicante), ha desarrollado una gama de vinos de auténtica altura, sustentados exclusivamente en variedades francesas, que le han situado como uno de los grandes de la enología española.
En la línea contraria, la del desarrollo de las cualidades de la uva autóctona Monastrell, que es la que se lleva en el Altiplano, está Laderas del Sequé, una espléndida finca con bodega adquirida en 2000 por Agapito Rico y Juan Carlos López de la Calle. Por el momento, la familia Mendoza y Laderas del Sequé son las dos únicas alternativas de calidad palpables en una zona que aún está a merced de viejas inercias enológicas y comerciales. También puede ser adscrita a esa línea la elaboración alicantina de Telmo Rodríguez y su nutrido grupo de colaboradores, si bien en este caso se ha optado por un tinto de aire liviano, poco diferenciado de otros vinos de gran tirada de la región.
Valencia no es sólo moscatel
Otro tanto ocurre con la D.O. Valencia, que parece conformarse con los moscateles de toda la vida y los vinos baratos, aunque hay algunas iniciativas muy interesantes en la parte sur, la subzona Clariano, una comarca elevada que podría ser incluida en el Altiplano Levantino. Muchas cosas en común con esa región vecina: variedad de uva dominante (Monastrell), altitud (más de 600 metros sobre el mar) y clima (seco y duro, con acusados contrastes invierno-verano y día-noche), aunque hay diferencia en los suelos, que aquí son menos pedregosos y más fértiles.
En esa zona, vecina del valle del Vinalopó alicantino, destaca la recién estrenada Celler del Roure, de Pablo Calatayud, hombre inquieto que trabaja a fondo con sus viñas, plantadas en tres fincas diferentes y en las que ensaya las técnicas de cultivo más vanguardistas. Además, está empeñado en revitalizar una variedad ancestral de esa zona, la tinta Mandó, que da a sus vinos un elegante sello personal. En el entorno próximo, hay que apuntar el nombre del valle de los Alhorines y más concretamente de Fontanars, un pueblo en el que hay pequeñas iniciativas familiares interesantes, como Heretat de Tavernes o los vinos de Dani Belda, aunque tienen que desprenderse de cierto carácter comercial, o Bodega Los Pinos, empresa suiza que aplica criterios diferentes en su viñedo aunque no le vendría mal renovar su bodega.
La Valencia castellana
Utiel-Requena, la zona interior y más mesetaria de la provincia de Valencia, ha sido repetidamente presentada como el tesoro escondido de la enología levantina. La verdad es que no termina de destellar ningún brillo realmente valioso y sí ha habido alguna decepción sonada, como la protagonizada por Mas de Bazán, que comenzó prometedor con tintos jóvenes en los que se reivindicaba la variedad Bobal y terminó convencional, en la línea comercial que domina en las grandes casas, como Bodegas Murviedro, Schenk, Torre Oria o Gandía, que producen vinos francos y bien elaborados, pero faltos de peso y casta. El tinto Ceremonia, la estrella de Gandía, parecía abrir nuevas perspectivas pero con el paso de las cosechas ha ido perdiendo fuerza al mismo tiempo que bajaba sus precios.
No obstante, hay algunas iniciativas muy interesantes, como Bodegas Palmera o Casa del Pinar, que aún deberán consolidarse. Además, hay que contar con la Compañía Vinícola del Campo de Requena (o Bodegas CVCRE, que con ambas denominaciones vende sus vinos), donde Félix Martínez va dando prudentes pasos en la puesta al día de sus vinos, ya con más entidad que hace unos años y mayor peso que la mayor parte de los del entorno.
De todas ellas, sin duda la mejor es Bodega Mustiguillo, iniciativa de Toni Sarrión en la que, cómo no, interviene Sara Pérez Ovejero. Cuenta con una bodega preciosa, un buen viñedo (en el que no reivindica vejez sino calidad) dos nuevos tintos de alto nivel ya en el mercado. Ha obtenido una estructura y una elegancia a la cepa autóctona Bobal que debería hacer pensar al resto de las bodegas de la zona, de las que le separa una notable distancia en filosofía y en elegante consistencia. Tal vez por eso han optado por no inscribir su bodega en la D.O. Util-Requena.
Fecha publicación:Diciembre de 2002
Medio: TodoVino
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