La historia de Pazo Barrantes en los últimos tiempos hace pensar en esos grandes atletas que, en pleno esfuerzo, son capaces de aumentar la exigencia y dar un cambio de ritmo que suele ser letal para sus competidores. En este caso, se trata de un nuevo giro a la maduración de su vino, a la fecha de salida y también a la presentación de su vino bandera.
Texto: AP
Por historia y por prestancia, Pazo de Barrantes podría ser la bodega emblemática del valle del Salnés, en competencia con nombres históricos y otros de más reciente aparición, que, por suerte para la zona, no faltan candidatos de entidad. No ha aspirado a ello, al menos de forma evidente, y ha seguido una trayectoria bastante discreta en la potente estela de otra histórica, la riojana Marqués de Murrieta.
Es necesario aclarar que, aunque con menos peso en todos los sentidos (producción, historia, presencia comercial, prestigio) la bodega gallega no es filial de la riojana. Podría ser al contrario: Vicente Cebrián, propietario del pazo, compró Marqués de Murrieta en 1983; aunque se adelantó en seis años al lanzamiento de los primeros Pazo Barrantes con su marca y etiqueta, aquí se cultiva la vid y se elabora vino desde hace siglos, aunque destinado a consumo propio.
Los condes de Creixel, son propietarios de la finca desde 1511, año en el que se comenzó a construir el pazo. Una propiedad que tiene, sobrados, todos los argumentos que se atribuyen al pazo, que sigue el adagio popular: “con capilla, palomar y ciprés, pazo es”. Aquí, además, se añade un enorme hórreo, una serie de viejos eucaliptos (tal vez los más antiguos de Galicia) que festonean el camino de acceso al pazo.
Alrededor, una finca con doce hectáreas de viñedo propio a las que hay que sumar otras cuatro colindantes, que pertenecen al arzobispado de Santiago pero están ligadas a la bodega mediante un contrato de arrendamiento a largo plazo. Y la espina que tiene clavada Vicente Cebirán: una parte de la finca histórica, plantada con Albariño, que una pariente cercana, hermana de su padre, vendió y que no ve posibilidades de recuperar.
Barrantes aporta también notas históricas, como el llamado Pacto de Barrantes, firmado en 1930 por un grupo de intelectuales y considerado como uno de los puntos de partida del nacionalismo gallego. O la historia familiar con proyección en la comarca, destacada en el caso de la bisabuela de los propietarios actuales, Julia Becerra Malvar, la condesa buena, que se casó con el conde de Creixell y se significó por su sensibilidad social, se presento a las elecciones al Congreso de los Diputados, en 1936, y donó terrenos de su propiedad para la construcción de las escuelas de Ribadumia.
Bodega emblemática
Su nieto, Vicente Cebrián, que entró en el mundo del vino en 1983 al comprar Marqués de Murrieta en pugna con potentes grupos bodegueros (Rumasa entre otros), sería el encargado de lanzar el vino Pazo de Barrantes. En 1989 y 1990 se elaboraron unas primeras botellas mientras se construía la bodega
junto al pazo y también en piedra, en un estilo estilo que no rompe la armonía con el edificio del siglo XVI que preside la propiedad.
Desde esa cosecha ’89, el inicio de la trayectoria moderna del vino de Pazo Barrantes, la bodega está adscrita a la ortodoxia del albariño y del Salnés, aunque con matices. Se mantuvo siempre un perfil de vino con vocación de longevidad. Ya fuera de forma deliberada o por la fuerza de la variedad Albariño, lo cierto es que siempre fueron vinos que respondían bien al paso del tiempo en la botella. Además, nunca tropezaron en las tentaciones comerciales que se han sucedido en la zona, como los perfumes exóticos, los toques dulces o las producciones excesivas.
Los sucesivos cambios introducidos solo han servido para ceñir más la filosofía de la casa a esos parámetros clásicos, aunque pasados por el filtro de una viticultura de precisión y una enología de vanguardia. Son factores en los que la nueva generación, Vicente y Cristina Cebrián-Sagarriga, han profundizado en los últimos años.
La enología es responsabilidad de María Vargas, que dirige desde Ygay pero con frecuentes viajes a Barrantes, y de Elena Cores, a pie de viña y bodega. Un engranaje bien ajustado después de 25 años de trabajo en los que han cambiado del todo la histórica bodega riojana, tanto en sus vinos como en sus instalaciones, y también, en un plano más discreto pero no menos firme, la sede gallega.
Esencias para avanzar
El equipo de enólogas ha de interpretar y materializar los proyectos que alumbra la fértil visión de Vicente Cebrián-Sagarriga. Es un auténtico pesado, en el mejor sentido del término, siempre imaginando alternativas y fórmulas para avanzar. La paradoja es que lo que encuentra le lleva a las esencias históricas del albariño en el Salnés.
El primer giro de tuerca se dio cuando encargó a María Vargas la dirección de la bodega gallega mientras llevaba a buen puerto los cambios en los vinos de la histórica Marqués de Murrieta. Los conos de roble, las modificaciones en la elaboración y el retraso en el embotellado y comercialización sirvieron para profundizar en el carácter del blanco Pazo Barrantes, al que se cambió de forma radical la presentación.
Al mismo tiempo, en 2004 se ponía en marcha la reestructuración de viñedo, de nuevo en la misma línea de recuperación de los valores ancestrales: la espaldera fue sustituida de forma paulatina por el emparrado tradicional. Fórmulas antiguas para criterios de vanguardia: cubierta nutrida de hojas que recogen la energía solar y protegen a los racimos, que cuelgan bien aireados bajo esa techumbre de hojas. Y un trabajo de conocimiento del terreno para definir doce parcelas diferenciadas.
El vino básico, y entonces único, ganó en capacidad de envejecimiento pero los responsables de la bodega querían más. En 2009, después de diez años de ensayos y partiendo de una de las parcelas, Pago Cacheiro, nació La Comtesse, también varietal de Albariño, creado como homenaje a la madre de los propietarios y definido como “vino excluisvo”. Intervención de la madera, también como antaño pero con muchísimos matices, trabajo de lías y embotellado tardío para un blanco pensado para mirar a la cara a los mejores de la zona y del mundo.
Un nuevo giro
“En Pazo de Barrantes entendemos que la Albariño es un referente de máxima calidad entre las variedades blancas tanto a nivel nacional como internacional: su complejidad aromática, su particular estructura y por supuesto su capacidad para la crianza en depósito, bien sea de madera, hormigón o acero inoxidable e incluso en la botella hacen que la potencialidad de la uva albariño sea ilimitada. Desde que en 1989 comenzamos a elaborar albariños en Pazo de Barrantes, nos ha obsesionado por encima de todo la búsqueda de la calidad preservando la autenticidad de la variedad”.
Palabras de Vicente Cebrián-Sagarriga para abrir la puerta a un nuevo giro en la evolución de la bodega, en este caso con pazo Barrantes como protagonista. A sus responsables no les duelen prendas para calificar como “nuevo proyecto” un cambio radical que no verá la luz hasta 2021 y que aplica lo aprendido de la variedad y de la finca en tres décadas. “Hemos peleado de manera incansable, dice María Vargas, para conservar el gran potencial de la uva Albariño, ya que se trata de una variedad muy hábil y que necesita de tranquilidad para alcanzar su máxima expresión. Hemos añadido los ingredientes que consideramos necesarios para componer el vino que tenemos pensado.”
Factor tiempo
Y uno de esos ingredientes es el factor tiempo. Lo ratifica Vicente Cebrián-Sagarriga: “Los cimientos se asientan en el viñedo, un control exhaustivo que garantice la sanidad y una exhaustiva selección resulta vital para elaborar un vino de estas características. Sobre esta base, hemos añadido el tiempo que nos pide el vino”.
Y remata la enóloga: “este vino requiere de tranquilidad, paciencia y observación puesto que se trata de una variedad con mucha personalidad a la que no le gusta nada estar sometida ni a tiempos ni a planes anticipados que le provocan desequilibrio y falta de expresión. Además, hemos añadido un nuevo ingrediente, la barrica; un paso breve paso por barrica de acacia que le aporta sutileza y modera ese ímpetu tan característico.”
Por último, en un nuevo guiño a la longevidad de los grandes albariños, se ha alargado su crianza en botella “para dejar que se defina totalmente y armonice todos sus talentos. Si algo hemos descubierto a lo largo de los años, añade María Vargas, es la increíble evolución de este vino con el paso del tiempo, pudiendo disfrutar de un vino con identidad única, que combina delicadeza y finura con pujanza y complejidad”.
Y resume Vicente Cebrián-Sagarriga: “Este nuevo Pazo Barrantes ‘19 será un vino con una crianza más consentida, un embotellado más tardío y un proceso de maduración en botella más reposado. Queremos mostrar la potencialidad de la uva albariño, su definición, su honestidad y elegancia en un vino que es fruto de todo aquello que nos ha demostrado la variedad a lo largo de estos años”
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