Por más que lo dilaten los que actualmente mandan en la D.O.C. Rioja, el cambio en las estructuras de la primera zona vinícola española es inevitable. Antes o después las circunstancias del mercado o las propias crisis internas van a imponer una renovación y es mejor ir preparando ya el nuevo perfil que tener que diseñarlo a toda prisa. El modelo actual hace aguas por todas partes, desde la cambiante normativa de calidad de producción según vengan los vientos y siempre al servicio de los que venden cantidades, hasta la propia presencia del vino de Rioja en el mercado, con vinos combativos comercialmente (es decir, de bajo precio) y calidad ínfima tan calificados como los mejores. Pasando por la creciente contestación que se está despertando dentro de la propia Rioja, aún a riesgo de que los contestatarios sufran las consecuencias de su osadía.
En el meollo de la cuestión está, naturalmente, la calidad. En los últimos años noventa, cuando las bodegas estaban vacías, la demanda tiraba con inusitada fuerza y los precios subían proporcionalmente, se abrió la mano en ciertas cuestiones muy importantes, sobre todo en la producción. Se admitieron rendimientos de 10.000 kilos de uva y más por hectárea, cuando el máximo para las variedades tintas está en 6.500 y no se atajaron trapacerías como el milagro de la conversión del blanco en tinto a través del rosado. El truco es sencillo: la normativa prohibe mezclar vinos blancos y tintos pero permite la mezcla de rosados y tintos; los tintos pueden tener como máximo un cinco por ciento de uva blanca pero los rosados pueden estar elaborados con un 50 por ciento de blanca; mézclese un millón de litros de rosado con mil de tinto y se obtendrá un tinto perfectamente legal con casi la mitad de uva blanca.
Bien, pues esos vinos llegan al mercado con los mismo marchamos que los grandes tintos de Rioja, lo mismo que los elaborados a partir de esas parcelas de altos rendimientos. Como además, la uva era cara, se vendía al mismo la uva de mala calidad que la buena y los buenos viticultores veían pasar a sus vecinos en lujosos coches obtenidos con menor esfuerzo, lo que podía dar lugar a un cambio de actitud.
Ahora el Consejo Regulador ha establecido nuevas normas a través de las cuales se quiere corregir eso. Destaca el propósito de descalificar entera la producción de las parcelas que sobrepasen los límites establecidos, cuando hasta ahora se descalificaba únicamente la porción que excedía de los límites, admitiendo como apto el resto, que, en buena lógica, debería tener las misma calidad que lo descalificado. Para evitar que alguien equilibre su exceso con la cosecha corta de su vecino, otra práctica bastante frecuente, se van a controlar los movimientos de uvas. También anuncian que van a intensificar la vigilancia de las fronteras de la D.O.C. Rioja, es de suponer que para evitar la inmigración ilegal de uvas de otras zonas.
La última medida es bastante inútil en estos momentos, cuando el precio de la uva riojana ha caído tan en picado que podría no cumplir lo establecido para la denominación de origen calificada (un precio de la uva sensiblemente superior a la media nacional) si no fuera porque en esa media pesan mucho las baratas uvas producidas para la destilación. Las otras no son sino aplicar la lógica y la normativa vigente, pero un poco tarde, cuando hay millones de litros de vino sin vender.
Se teme que la masa de vino almacenada en las bodegas haga que su capacidad sea insuficiente para una cosecha 2001 que, en un año sin problema alguno, se espera que supere de nuevo los 500 millones de kilos de uva. Con unas ventas que no van a alcanzar los 200 millones de litros, va a sobrar la mitad del vino de Rioja. Y lo peor es que será en su mayor parte vino no apto para crianza. Y tampoco habría barricas para tanto.
En esas circunstancias, se vuelve a hablar en Rioja de crear una estratificación de los vinos en función de su calidad. Hay varios modelos en discusión pero en todos se recurriría a una estructura piramidal. La diferencia está en el número de escalones de la pirámide: algunos abogan por una base de vinos de mesa sin más, alimentada por los vinos descalificados de la D.O.C. Rioja; otros sitúan entre ambas un segmento de “vinos de la tierra”; otros añaden una cima de vinos “Rioja Superior”, que habría que definir dentro de la D.O.C. Rioja; por último, hay quien aún incorporaría por arriba una categoría superior de vinos de pago o similares.
Las últimas, las que implican una discriminación seria por calidades, ponen los pelos de punta a muchos, sobre todo a las grandes corporaciones del vino riojano, a los que aprovechan el tirón de los grandes vinos y las contraetiquetas iguales para todos, que son los que dominan el Consejo Regulador. Se entiende sólo con pensar la conmoción que se produciría únicamente con crear un “Rioja Superior”, que es lo que pide el mercado desde hace años. Supondría ni más ni menos que el cambio de las estructuras del vino de Rioja. Y tal vez de todo el vino español. Que ya va siendo hora.
Fecha publicación:Julio de 2001
Medio: El Trasnocho del Proensa
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