Riojanos de pura cepa pero nada típicos. Un puñado de vinos de reducida producción recuerdan que no todo es Tempranillo en Rioja y aportan matices a la vanguardia de la más prestigiosa zona vinícola española. Son unos riojas raritos, alejados del perfil más convencional y sustentados por unas variedades de uva cada vez más minoritarias.
Tempranillo es la más prestigiosa de las uvas españolas. Ha invadido solares de otras cepas ancestrales en una expansión aún más acusada que la protagonizada por la francesa Cabernet Sauvignon pero que, al amparo de su condición de uva hispana, ha llamado menos la atención. En la misma Rioja su imparable expansión está encendiendo algunas luces de alarma. Juan Carlos Sancha, director técnico de Viña Ijalba e investigador de variedades autóctonas riojanas, pone el acento en el empobrecimiento de la riqueza vitícola: “Lo mismo de malo es el protagonismo de Tempranillo que de Cabernet Sauvignon. La Tempranillo se ha convertido en la variedad que más se planta en toda España y eso no es bueno. El problema es la erosión genética de la vid: no se trata sólo de que se plante una variedad de uva, sino también de la selección clonal, es decir, la reproducción a partir de unas determinadas plantas elegidas por su rendimiento o por otros parámetros”.
La erosión genética se presenta para Sancha como una auténtica plaga enmascarada, una bomba de relojería que podría tener consecuencias. Sin embargo, no es necesario entrar en laberintos científicos para darse cuenta: En 1912, Nicolás García de los Salmones catalogó 44 tipos de uva en la provincia de Logroño y 26 en Álava. Treinta años más tarde, Juan Marcilla contaba únicamente once tipos de uva en el ámbito de la D.O.C. Rioja. En la actualidad, se autorizan siete , con tres de ellas, Tempranillo, Garnacha y Viura, acaparando casi el 95 por ciento del viñedo. Juan Carlos Sancha, coautor de un estudio sobre variedades minoritarias de vid en Rioja, aporta más datos: “A partir de 1988 realizamos una prospección de todo el viñedo riojano, incluyendo algunas viñas prefiloxéricas que sobreviven, y descubrimos 76 formas de vid diferentes en las que distinguimos unas 35 variedades que no correspondían a sinonimias o a uvas ya conocidas”. Es el recuerdo de la antigua riqueza varietal de la comarca, diseminado hoy en forma de cepas aisladas, en viejas viñas.
La propia Tempranillo no es ajena a ese problema, al menos en algunas de sus variantes. En los últimos tiempos ha nacido un Tempranillo Blanco, mutación en una cepa de tinto descubierta hace pocos que ya ha dado un vino experimental muy interesante. Además, hay que contar con el Tempranillo Peludo, variante de la cepa mayoritaria que da lugar al tinto San Vicente. Sin embargo, otros tempranillos han desaparecido casi completamente, como el Tempranillo del Barón, el individuo más productivo de la familia, con racimos y bayas muy grandes, el Tempranillo Royo, ni blanco ni tinto, o el redundante Tempranillo Temprano.
La renovación del viñedo, fundamentalmente con modernas plantaciones monovarietales y de clones seleccionados, casi siempre con Tempranillo, está convirtiendo la vieja sinfonía en un solo. El “peligro francés”, protagonizado fundamentalmente por Cabernet Sauvignon, autorizada en 16 denominaciones de origen españolas, es una broma comparado con la expansión de Tempranillo. En Rioja se acerca ya al 70 por ciento del total de viñedo y se ha convertido en prácticamente monocultivo en amplias zonas, como Rioja Alavesa, donde supone más del 96 por ciento de las variedades tintas y más del 85 por ciento del total de viñedo.
Todos coinciden en ensalzar sus cualidades, tanto los clásicos como los técnicos más avanzados. Agustín Santaolalla, responsable de Bodegas Roda, tiene claro que el Tempranillo “es la gran variedad de la zona. Se adapta perfectamente y da una gran cantidad de registros. La comarca de Haro en particular es como un guante para el Tempranillo. En Haro da vinos al mismo tiempo concentrados, maduros y frescos. En otras zonas puede dar más cosas, como color o grado, pero difícilmente el equilibrio entre madurez, estructura y frescura que da en Haro”. El entusiasmo de Santolalla se refuerza con sus experiencias sobre la difícil adaptación de las otras variedades riojanas al entorno de Haro. Algunos matizan su opinión, como Isaac Muga, de Bodegas Muga, adalid de la fórmula varietal clásica en la zona: “Yo tengo vinos extraordinarios de Graciano y de Mazuelo y, si me dices que los embotelle, te digo que no. No tendría continuidad para hacer un gran vino; habría muchos años que no se podría; son variedades conflictivas, sobre todo el Mazuelo. Pero también tengo muy claro que no hay una variedad perfecta. Por bueno que venga el año a todas les sobra o les falta algo. El mejor vino del mundo es una buena mezcla y el peor una mala mezcla.”
Isaac Muga defiende los parámetros clásicos: “Hay que hacer caso a los viejos; en la bodega donde no haya un viejo, hay que comprarlo. Algún día se volverá a la fórmula antigua: hay muchas viñas de más de treinta años con un 20 por ciento de Viura y un 80 de Tempranillo. Era la auténtica mezcla clásica. El mercado, que pide más color y vinos más fuertes, ha hecho que se sustituya la blanca, que le daba acidez al Tempranillo, por Graciano y Mazuelo, que se fueron dejando de cultivar porque no le daban rendimiento al agricultor”. Su tinto Prado Enea es uno de los mejores ejemplos de la fórmula clásica actualizada. La base es un 80 por ciento de Tempranillo, con un veinte por ciento de Garnacha, que, según Isaac Muga, “es un vino fácil de beber, suave y agradable, pero sabemos que si abusas no tiene una vida muy larga. Sirve para ligar las otras variedades y hacer un vino armonioso, de trago largo. El Mazuelo (5 por ciento) aporta principalmente acidez y, cuando madura bien, color. El Graciano da aromas frutales, acidez, taninos y, como se ha dicho siempre, gracia al vino”.
La clave parece estar en la adaptación de las variedades complementarias y en ese terreno irrumpe como una tromba la francesa Cabernet Sauvignon, a la que se reconocen algunas ventajas incluso entre los que no quieren ni tocarla, como Agustín Santolalla: “La Cabernet Sauvignon tiene una capacidad de adaptación muy buena y puedes encontrar grandes vinos en todas partes del mundo. La Graciano es lo contrario, se adapta a unas pocas fincas”. Para Juan Carlos Sancha “no se discute que Cabernet Sauvignon sea una buena variedad, sino el peligro que supone para el patrimonio vitícola”. Isaac Muga va más lejos: “Hace cien años, cuando estaba permitido, las bodegas que hoy son centenarias plantaron Cabernet Sauvignon casi todas. No sé el motivo, pero no siguieron plantando cuando nadie lo prohibía. Tenían toda la libertad del mundo, ¿por qué no siguieron plantando?. En tintos tenemos cuatro grandes variedades, que ya sabemos que se portan muy bien aquí, y no sé si hace falta más. En blancos, en cambio, a la Viura le hace falta un compañero de viaje”. No faltan defensores a la casta bordelesa, como Jesús Martínez Bujanda, de Bodegas Martínez Bujanda: “No entiendo la falta de libertad. Nosotros hicimos la primera plantación en 1981 y cada año el depósito de Cabernet Sauvignon ha sido el mejor o uno de los mejores de la bodega”.
Algunos consideran imparable la entrada de Cabernet Sauvignon. Otros buscan una alternativa autóctona. La uva Graciano se ha presentado como una barrera para cerrar el paso a las cepas francesas. “Hacia 1995, recuerda Jesús Martínez Bujanda, se planteó impulsar la Graciano contra Cabernet Sauvignon. El problema es que se plantó en cualquier parte y muchos gracianos no maduran jamás. Necesita sol, sequía y calor”. Para Juan Pablo de Simón, de Viñedos y Bodegas de La Marquesa, “el Graciano enriquece al Tempranillo, le da sensaciones frescas y muchos matices, y se integra muy bien, mientras que en muchos de los vinos de Cabernet Sauvignon y Tempranillo parece que hay dos vinos”. Jesús Martínez Bujanda no está en absoluto de acuerdo: “Presentar al Graciano como alternativa de Cabernet Sauvignon me parece una exageración. Da más color y acidez que el Tempranillo y sirve para eso, para corregir algunos tempranillos. Es una variedad que nunca me llamó la atención”. A pesar de ello, la familia Martínez Bujanda ha plantado Graciano desde 1998 y está haciendo una “prueba” de 15 barricas en su Finca Valpiedra. “En los primeros años tuvimos una cierta desilusión, pero ahora parece que va mejor”.
Una variedad conflictiva y escasa a pesar de todo. En 1990 había 194 hectáreas en la D.O.C. Rioja, probablemente la mitad de la llamada Graciano de Alfaro, que al parecer es diferente de la Graciano genuina, que es citada en los tratados antiguos como Graciano de Haro. En 1995 había ya 395 hectáreas y en 2000 se contaban 477. Muy poca cosa en una zona en la que ya se han superado las 60.000 hectáreas de viñedo registrado por el Consejo Regulador (datos de diciembre de 2001). Esa escasez contrasta con su presencia declarada en tantos vinos de Rioja en lo que para muchos, como Jesús Madrazo, director técnico de Viñedos del Contino, constituye “la gran mentira del rioja. Todo el mundo dice que usa un dos, un cinco y hasta un diez por ciento de Graciano. Es imposible que lo que hay dé para tanto.”
Es una cepa autóctona y casi privativa de esta parte del Ebro (algunos la relacionan con la también escasa Parraleta del Somontano pero no se le conocen otros parientes) y probablemente una de las de más antigua presencia en los campos riojanos. Para Juan Carlos Sancha, “probablemente es el complemento ideal de Tempranillo, al que da consistencia, pero no consigue despegar porque es menos productiva y da menos grado. En Rioja Alta es prácticamente imposible que de buen resultado porque la maduración fenólica es posterior a la glucométrica.”
Maduración y producción son las palabras claves del Graciano. La primera es difícil en la mayor parte de la región; la segunda es corta para las pretensiones de los viticultores. Por eso, una variedad a la que se atribuye la “gracia” de los grandes tintos clásicos de Rioja, queda para muchos agricultores en un juego de palabras menos satisfactorio: “¿Graciano?. Gracias, no”. Es una variedad caprichosa que no se da bien en casi ningún lado. Antonio Larrea, que fuera presidente de la D.O. Rioja y reputado como experto en la variedad, afirmaba que “en Haro no tienen paciencia con la Graciano y la Graciano no tiene paciencia con los de Haro”. No obstante, algunos dicen que Haro es el hábitat natural de Graciano, otros piensan que mejor en las laderas cara al sur de Rioja Media, es decir, las zonas cercanas a Logroño, y el oriente de Rioja Alavesa.
Jesús Madrazo corrobora la segunda versión: “En Contino no tenemos los problemas de maduración que tienen en otras zonas. Es por el microclima y por el suelo: terrenos aluviales que ayudan a la maduración por inercia térmica de las piedras, que conservan calor durante la noche, y por la refracción en horas de sol. Además, el aclareo (eliminación de parte del fruto durante el envero) ayuda mucho. En Contino tengo tres tipos de Graciano y tienen tres comportamientos diferentes. El mejor es una selección masal de la finca San Gregorio, uno de los pagos de Contino, que se hizo entre 1976 y 1978. Los otros son dos clones del CIDA (Centro de Investigación y Desarrollo Agrario de La Rioja); son muy jóvenes pero se ve claramente que es mejor nuestra selección, realizada con parámetros de calidad. Los del CIDA son muy productivos: han seleccionado clones por productividad y es un error; en años buenos no pasará de ser bueno, pero en años difíciles no madura jamás.”
Muy cerca de Contino, en Viña Ijalba, nació el primer varietal español de Graciano, que curiosamente no fue el primero del mundo, honor que le cabe al Milawa, de Brown Brother, una bodega del suroeste de Australia, que lanzó su graciano en los años cuarenta. Juan Carlos Sancha, padre del primer varietal español reconoce que “hicimos el Graciano para divulgarlo, pero personalmente creo poco en los varietales”. Sancha nos aporta un dato poco conocido: “Los vinos de Graciano superan a todos en contenido de resveratrol, la sustancia a la que se atribuyen efectos anticancerígenos: hasta diez veces más que Tempranillo y superior al Merlot”.
Graciano es la minoritaria de moda. Para Agustín Santaolalla, “despierta gran interés, pero es la cepa más delicada, con una dificultad enorme para adaptarse. Si plantas en Rioja Baja el hollejo es tan fino que el sol lo quema, mientras que en zonas menos soleadas no llega a madurar. Tenemos grandes expectativas con Graciano pero no contamos con viñas de la edad necesaria”. Juan Pablo de Simon, de Bodegas y Viñedos de la Marquesa, corrobora: “Aquí siempre hemos tenido, incluso con algunas planta prefiloxéricas, pero, hasta 1995, siempre lo elaboramos mezclado con Tempranillo. Hay que reconocer que no todos los años madura como debería, pero cuando lo hace da un vino muy bueno, sobre todo en viñas viejas y en cultivo muy controlado”. Para Margarita Madrigal, la enóloga de la bodega, “los clones nuevos dan vinos muy sosos, aunque limites la producción; aquí estamos injertando con material de nuestras viñas viejas”. Juan Pablo de Simón reconoce que “no es un vino para el gran consumo, pero puede interesar a los consumidores más curiosos”.
O a los técnicos, porque, a pesar de su exitoso Contino Graciano, Jesús Madrazo afirma que “es el gran vino de mezcla, un vino claramente mejorante. Aporta una acidez natural que no da ninguna otra variedad y un color estable, que claramente no da cuando no madura bien. Estamos plantando más pero no para incrementar las botellas del varietal, sino para las mezclas. A pesar de las dificultades: es una uva a la que hay que mimar; si no madura bien, queda amargo y ácido. La clave es tirar muchas uvas al suelo.”
Todo ello hace de Graciano una variedad con escaso atractivo para los agricultores, que optan por Tempranillo; requiere menos cuidados, da mayor producción y acaba teniendo el mismo precio. “En el retroceso de Graciano y Mazuelo, comenta Juan Pablo de Simón, ha influido el viticultor. El Tempranillo es más fácil, incluso más que el Cabernet Sauvignon. En el caso de la Mazuelo, además de dar poco grado y los mismos problemas de maduración que el Graciano, es una variedad más sensible a algunas enfermedades. Aunque sabemos de esas dificultades y que madura bien sólo uno de cada cinco años, el Mazuelo nos gusta mucho. Nos aporta matices. En esta cosecha maduró perfectamente y estamos pensando embotellar una partida pequeña, con una crianza corta para que dé más la variedad”.
Quienes también están felices con su Mazuelo son los responsables de Bodegas Marqués de Murrieta. La firma de Ygay ha celebrado sus 150 años con un varietal del que se han embotellado únicamente 3.500 botellas magnum y que es una de las novedades más destacadas del año en el vino español. Una llamada de atención sobre la nueva etapa que vive esa casa histórica. María Vargas, enóloga de Marqués de Murrieta, lo entiende así: “Quisimos contar lo nuevo que se está haciendo en la bodega. Quisimos ir al lado contrario: de Murrieta se esperaba un Castillo de Ygay viejo y clásico y fuimos a un vino joven de concepción vanguardista. Eso no quiere decir que queramos entrar en el mundo de los varietales. En vendimia siempre hacemos varietales puros de Garnacha, Graciano y Cabernet Sauvignon y el Mazuelo nos parece el más especial”. Un vino especial que no es seguro que se consolide en la gama de Marqués de Murrieta. “A mí me gustaría, dice María Vargas, seguir con él sólo en las mejores cosechas y en pequeñas cantidades”. En la Finca Ygay, a menos de seis kilómetros de Logroño, tiene uno de sus mejores feudos, aunque no sea una uva fácil: “Es de ciclo muy largo y le cuesta madurar porque, además, es muy productiva. En Murrieta lo que hacemos es quitar mucha uva; dejamos un kilo o un kilo y medio por cepa”.
Originaria de Aragón, la variedad Mazuelo lleva el nombre de Cariñena en todo el mundo excepto en el curso medio del Ebro, incluida la propia zona aragonesa y hasta la ciudad que le da el nombre, donde han adoptado el término riojano y donde su cultivo ha retrocedido de forma importante. Aunque no goza de la fama que ha adquirido su compañera Graciano, su cultivo es más abundante, con algo menos de dos mil hectáreas en la D.O.C. Rioja y prácticamente estancada por su fama de variedad difícil.
Caso diferente es el de la Garnacha, otra cepa típica de todo el curso del Ebro, convertida en la reina destronada. Durante muchos años fue la variedad más cultivada de Rioja y ahora está en franco retroceso. Ha sido tradicionalmente acusada de tener una clara tendencia a la oxidación. De ahí su mala fama y su retroceso en una zona cuyos vinos más famosos, que no los más vendidos, son los de crianza. Su área de influencia más importante era Rioja Baja, donde ya ni siquiera es mayoritaria, y tiene otro feudo clásico en el valle del Najerilla, donde es la base de los localmente famosos “claretes” de San Asensio, Badarán o Cordovín. Los últimos datos hablan de menos de 9.000 hectáreas de Garnacha en la D.O.C. Rioja, lo que supone apenas el 16,5 por ciento de las variedades tintas y alrededor del 14,5 por ciento del total de viñedo.
También es una de las menos utilizadas en la elaboración de monovarietales: únicamente tres marcas de cierto relieve en toda la D.O.C. Rioja. Destaca el reserva elaborado a partir de la cosecha ’87 por Bodegas Martínez Bujanda. Jesús Martínez Bujanda, sin complejos a la hora de introducir novedades (fue pionero en la fermentación en barrica de blancos), lo justifica: “Como todo el mundo denostaba la Garnacha y sus vinos, quise demostrar que se podía hacer un gran tinto y además de larga vida. La Garnacha es más oxidativa que otras, nadie lo puede negar, pero eso no impide que pueda envejecer”. Al concebir su reserva de Garnacha, Jesús Martínez Bujanda puso especial empeño en que fuera un vino con larga crianza: 30 meses en barrica. “La Garnacha tiene dos facetas. Cuando es joven resulta muy frutal y con una bonita acidez. Cuando envejece, que se despoja de color, si evitamos que se oxide y vire a tonos rancios, es un vino elegante, delicioso, muy agradable de beber y que combina muy bien con todo; al envejecer el vino de Garnacha se hace cariñoso, meloso. Prueba de que la Garnacha puede envejecer bien es que hace treinta años, cuando había veinte marcas de rioja, el sesenta por ciento de la uva era Garnacha. Y entonces las crianzas eran más largas que ahora”.
Según Gonzalo Ortiz, enólogo de la bodega y heredero de un nombre de larga tradición vinícola, “en Rioja la Garnacha ha sido el soporte de los crianza por su pH bajo y por su paladar suave, incluso tirando a dulzón, que equilibra la dureza que podrían dar las otras variedades. La Garnacha ha sido más significativa que el Tempranillo; el Tempranillo se usaba para vinos jóvenes, mientras que en vinos de crianza ya intervenía la Garnacha. En la zona, todo lo que se salía del mismo ramal del Ebro era Garnacha. Los auténticos vinos clásicos eran a partes iguales Garnacha y Tempranillo, con un quince por ciento de Viura. Pero eso no lo confesará nadie ahora. Es irregular, con floración delicada, y da problemas al agricultor, pero es una gran uva. Con producciones cortas, de menos de cuatro mil kilos por hectárea, da de todo, color, antocianos, y puede ser tan poco oxidativa como la Tempranillo. La Garnacha es oxidativa cuando la viña es muy productiva y cuando el vino tiene mucho grado o está mal elaborado”.
Parece que todos la usaban (o la usan) y pocos lo dicen. “Me gustaría ver, dice Jesús Martínez Bujanda, los libros de las bodegas de Rioja Alta de hace treinta años y ver los porcentajes de Garnacha”. Algunas bodegas clásicas siguen confesando la intervención de la cenicienta de las cepas tintas riojanas. También algunas de las vanguardistas, como Bodegas Roda. “Nos interesa mucho, dice Agustín Santolalla, e interviene en Roda II. Vimos que en Haro, aunque también alcanza 13 y 13,5º no llega al nivel que queremos. Aporta cosas muy interesantes, como acidez y frescura, pero no da los tonos profundos de fruta en sazón que nos gustan. Buscamos en otras zonas y en 1992 alquilamos una pequeña viña en La Pedriza, en el municipio de Tudelilla (Rioja Baja), y luego la compramos. Está a 80 kilómetros al este, a una altitud de 600 metros sobre el nivel del mar y, muy importante, con una cubierta de cantos de un metro de espesor que se calienta por el día e irradia calor por la noche. Allí conseguimos una Garnacha de gran calidad pero sólo un año, el ’94, ha sido suficiente para participar en Roda I, con un 17 por ciento. En el Roda II casi siempre entra con un 20 o 25 por ciento”.
La Pedriza es también el origen de otro varietal de Garnacha, el tinto Paisajes I que elabora Miguel Ángel de Gregorio (Finca Allende) para el comerciante barcelonés Quim Vila (Vila Viniteca). El técnico conoce las virtudes de ese pago de toda la vida, uno de los históricos feudos de Garnacha, ya que su mentor, Jesús Anadón, enólogo de Marqués de Murrieta durante muchos años, era de Tudelilla. “En Paisajes, comenta, hemos querido ofrecer vinos estrechamente relacionados con un pago muy concreto, que sean la expresión de una viña. Hay cuatro vinos diferentes, con tempranillos de tres zonas distintas, que no tienen por qué ser siempre las mismas. En el varietal de Garnacha es difícil que cambiemos porque La Pedriza es un pago excepcional y da un vino muy singular”.
La personalidad es el reto de la vanguardia riojana. Las vías para obtenerla son profundizar en los vinos de pago, marcados por ese concepto moderno de “terruño”, o la adopción de nuevas fórmulas varietales. O la suma de ambas. Unos pocos mantienen abierta la vía de las nuevas variedades de uva, bien con la adopción de cepas foráneas, con la Syrah también dando aquí sus primeros y clandestinos pasos, bien con la recuperación de algunas de uvas ancestrales dispersas por las viejas viñas y en serio riesgo de extinción. Entre estas últimas destaca Maturana Tinta, una variedad sobre la que hay escasas referencias y que seguramente nunca tuvo una presencia significativa. Al contrario que su pariente Maturana Blanca, de la que desde el año pasado existe un vino varietal elaborado por Viña Ijalba. Precisamente esa bodega será la responsable del primer tinto de Maturana: “Tenemos ya dos hectáreas plantadas, dice Juan Carlos Sancha, y, si todo sale bien, en otoño podremos sacar tres mil o cuatro mil botellas”. Viña Ijalba será de nuevo pionera en un terreno que ya exploran algunos adelantados, como Jesús Martínez Bujanda, que también empieza su andadura con Maturana Tinta, a partir de la cual ha elaborado este año unos pocos litros.
Sancha destaca esas experiencias: “Son variedades que pueden dar mucho juego desde todos los puntos de vista, con la ventaja de que, además, conservamos nuestro patrimonio. Hemos gastado mucho en estudiar la Cabernet Sauvigtnon y estamos dejando perder variedades autóctonas que nunca sabremos todo el juego que pueden dar. Ya se han perdido cepas como Royal, Morisca, Yjaurel, Granadina, Mollar, Morate, San Jerónimo, Amavés, Cirujal y otras. Nos quedan algunas muy interesantes, como las blancas Turruntés y Maturana o Ribadavia, que es la primera referencia de una variedad en Rioja: en 1622 se citan blancos, tintos y ribadavia y hay muchas referencias que confirman que se pagaba más que cualquier otro vino. Entre las tintas, destacaría Maturana Tinta y Monastel de Rioja, que no tiene nada que ver ni con la Monastrell levantina ni con la Moristel del Somontano.”
El problema es económico y burocrático: “Además del tiempo necesario para que cualquier experiencia se convierta en vino, afirma Juan Carlos Sancha, la principal dificultad es legal. La OCM del vino prohibe que los vinos de variedades experimentales entren en los circuitos comerciales”. “El problema, sentencia Jesús Martínez Bujanda, es que no nos dejan. Puedes tener cuatro cepas de cualquier variedad y tienes que trabajar casi a escondidas. En nuestra bodega de La Mancha haremos de todo.”
Fecha publicación:Julio de 2002
Medio: Sobremesa
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